viernes, 15 de febrero de 2013

Los santos: otras concepciones de lo divino y del ámbito de lo sagrado


Presentación del libro (como autor): Los Santos Indígenas:
entes divinos populares bajo sospecha oficial
(Religiosidad popular campesina en México y sus
procesos sociales implícitos analizados desde la antropología).
Universidad Intercontinental,
Auditorio San Francisco Xavier,
Viernes 12 de octubre de 2012, 9:00 hrs.
 
 
Los santos: otras concepciones de lo divino y del ámbito de lo sagrado
 
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
 
 
La historia del Occidente y la historia del Cristianismo, han estado –tanto para bien, como para mal- intrínsecamente entrelazadas, hasta el punto de disolverse en un mismo cauce en muchos lapsos a través de estos veinte siglos. Desde este punto de partida, tenemos que reconocer que la idea misma de Dios, como concepto, está fraguada en lo que el occidente ha gestionado desde la irrigación de sus venas Griega, Romana y Hebrea.
            En este sentido, no creo exagerar al decir, que el Occidente tiene una especial tara en el reconocimiento de lo sagrado cifrado desde otros horizontes culturales. Primero, porque Occidente se reservó el derecho en siglos precedentes a ser la única voz digna de ser escuchada, ya fuera desde sus prerrogativas religiosas y doctrinales, como ocurrió durante toda la edad media, o bien, desde el discurso científico moderno que, desbancando la intolerancia religiosa se irguió como una nueva intolerancia positivista constituyéndose en un nuevo mito que también reclamó soberbiamente ese derecho a la unicidad monológica. En segundo lugar, dicha tara, le viene de su –hasta hace algunas décadas- incuestionable postulado de supremacía cultural y civilizatoria. El Darwinismo llevado a la esfera social humana influenció muchas posturas de corte filosófico, que defendieron la existencia de estadios evolutivos, en los cuales –por supuesto- el Occidente era la cumbre, reservándose el derecho de calificar de salvajes, bárbaros y primitivos a los otros grupos humanos, y en base a eso, ejercer su dominio ideológico, político, económico y militar sobre ellos, sin empacho de la destrucción generalizada de culturas, bajo las ruedas de esta maquinaria de progreso que más temprano que tarde nos develó su rostro inhumano y la intrínseca estupidez de quien socava el suelo sobre el cual está parado.
            Desde este punto de vista, las tradiciones religiosas no-occidentales, fueron genéricamente vistas por el cristianismo occidental, como obstáculos a la adscripción a la Única posibilidad oficial de religión. En el caso concreto de México: la religión católica preferentemente.
            En ese inmenso bote de desperdicios a donde el Occidente arrojó todo aquello no sustentado por la razón, todo lo no cualitativa y cuantitativamente sustentado por ella y su lógica, impíamente se desechó del horizonte de lo “verdadero”, lo “certero”, lo “válido”, allí fueron a parar nuestras culturas indígenas y sus formas de existencia social, tradiciones, mitos y rituales.
            Sin embargo, en décadas recientes, el interés que en las ciencias sociales se ha despertado por los asuntos religiosos, llama poderosamente la atención, pues pareciera ser una ruptura en la consecución de ideas desarrolladas en la modernidad occidental, abriéndose –para muchos- la posibilidad de atisbo de un nuevo horizonte en la vida contemporánea del occidente destilado en el concepto de posmodernidad –a falta de mejor término-. Sea como sea, la religión está de nuevo en escena, a franco contrapelo de las tendencias modernas que hasta mediados del siglo pasado habían pretendido el total aniquilamiento de este Opio del pueblo, o mal de conciencia, negativo, pero necesario hasta cierto punto.
            No es el caso en nuestros días, hoy por hoy en el contexto contemporáneo ha cobrado particular importancia la religión y el reconocimiento del lugar que ésta ocupa en la sociedad, a pesar del intento secularizador moderno que pretendió desplazarla o confinarla al ámbito meramente privado, y frente al cual la religión nunca dejó de tener presencia social con funciones específicas en medio del mundo Occidental.
            Definitivamente el tema en cuestión es apasionante, y polémico, pues pone sobre la mesa dos formas de entendimiento humano que en momentos parecen irreconciliables dadas sus pretensiones y puntos de partida: ciencia y religión. Implican relación entre razón y fe, pero yendo más a fondo, implican también la posición del ser humano frente a esto que llamamos mundo, que en su desnudez y crudeza se nos presenta como un caos originario que urge cosmificar para hacerlo propio. El conflicto parece estar ya presente desde los mitos del origen, desde la tradición judeo-cristiana la pérdida del paraíso implica la decisión humana de extender la mano y comer el fruto del “árbol de la ciencia” con lo cual se cobra conciencia y ser conciente es perder el estado de inocencia original, un paso que no puede desandarse, no hay marcha atrás, a partir de ese acontecimiento el ser humano conciente se sabe a sí mismo inmerso en su propia situación concreta y se asume como caminante que se dirige a donde sus propios pies lo encaucen. Toma de conciencia, búsqueda del conocimiento, intento maravillosamente humano por asir las riendas de nuestro destino y controlar el derredor en provecho propio. Sin embargo, esa característica excelsa humana es penada por el mismo mito, retomando la referencia que hacíamos del génesis, a la toma de conciencia le sigue la expulsión del paraíso a un “Valle de lágrimas” donde el ser humano pagará con trabajos, sinsabores y sufrimientos su descarada osadía. En otros relatos del mundo Occidental encontramos el mismo trasfondo: Ícaro precipitado al mar por la intrepidez de su vuelo, Prometeo condenado y torturado incesantemente por su atrevimiento a favor del hombre, que al fin y al cabo, tiene acceso a algo que los dioses no tenían dispuesto que tuviera acceso de forma original. Esta idea la misma tradición judeo-cristiana lo reafirma en el Eclesiastés bajo las siguientes palabras: “Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor” (Ec 1, 18).
            Palabras radicales que tal vez fueran un atisbo de los excesos en que podría incurrirse. Recordemos las palabras finales que Mary Shelley pone en boca del Monstruo creado por Victor Frankestein: Pronto moriré, y lo que ahora sufro no lo sufriré más. Pronto concluirán mis infortunios. Subiré como un triunfador a mi pira funeraria, y gozaré, en mi agonía, de mi triunfo mientras me consumen las llamas. La luz de esa hoguera se extinguirá y el viento llevará al mar mis cenizas.[1] Ese monstruo encarna la obra humana a través de la ciencia y la técnica, producto de un tipo de racionalidad que la Escuela de Frankfurt tanto criticó, y cuyas implicaciones vivimos hoy en día, para bien y para mal. En el caso de esta obra literaria, el buen doctor Victor –el científico inquieto que busca rebasar todos los límites- se equivocó y se arrepiente al decir en su discurso final: ¡Gran Dios! Si por un solo instante hubiera imaginado lo que podía discurrir la infernal maldad de mi diabólico enemigoal que él mismo creó-, me habría más bien desterrado de mi país natal para vagar solo por el mundo.[2] Sin embargo, en la realidad no se trata tanto del bien intencionado que se equivoca, sino más bien del asalariado que cumple órdenes sin importar consideración alguna de otro tipo, tal fue el caso de Eichmann, entre otros colaboradores nazis.
Bien, para quienes ansiaban escuchar de los santos, ya me he alejado bastante, pero tiene su sentido si ubicamos en las tendencias contemporáneas el resurgimiento en el interés por lo religioso, bebiéndolo de fuentes No-occidentales. En este sentido, y ya en referencia concreta al libro en cuestión pues no podemos obviar que las comunidades rurales de ascendencia indígena en México, son herederas de un importante bagaje cultural y religioso de originalidad mesoamericana. En su devenir histórico, a partir de la conquista y colonización, tuvieron que integrar muchos elementos novedosos provenientes de otros contextos culturales y religiosos. En ese proceso, dichas comunidades, lejos de acatar sumisamente los nuevos parámetros impuestos por el grupo hegemónico, activa y creativamente han reformulado y resignificado esos nuevos símbolos, de tal manera que el sincretismo resultante reúne en una nueva vivencia cultural las procedencias, tanto de uno como de otro lado.
Considerar a las imágenes de los santos como personajes vivos en el interior de los pueblos, responde a la forma concreta como estas imágenes –aparentemente innertes- han sido incorporadas en la cosmovisión de los pueblos campesinos de, donde son considerados como personajes vivos y dinámicos que están presentes en sus cuerpos de madera, pasta de caña o resina. Por eso mi insistencia de nombrarlos Mudos predicadores de otra historia y  la otra historia que predican es la que se origina lejos del púlpito, en la lucha diaria por sobrevivir, en el campo, en los problemas cotidianos que urgen soluciones inmediatas. Allí donde la rudeza de la rutina hace necesaria toda la ayuda posible, las redes de solidaridad y reciprocidad se extienden más allá del vecino tangible de carne, hueso y sangre, para integrar a otro tipo de vecinos que comparten esta realidad desde su propia particularidad y posibilidades: los santos. Por eso, dichos vecinos sagrados, no son oficiales, juegan en la tenue línea de lo aceptable y lo abiertamente inaceptable (desde la oficialidad eclesial). Son tolerables, pero no abiertamente aceptables. Es en ese espacio donde se manifiesta el Diablo como un Santo más del Santoral (Xalatlaco, Mex), la Virgen como esposa de San Juan, con todos los derechos conyugales (Mazatepec, Mor), Cristo cuidando a su madre, porque le hizo su casa “en el mismo corral” para atenderla como buen hijo (Miacatlán, Mor.), La Virgen de la Asunción peleada con San Nicolás, por pleitos de tierras (Coatepec y Xalatlaco, Mex.), El Niño Dios como gemelos (Los santos niños cuatitos de Tzintzuntzan, Mich.), Santiago Apóstol enviando alacranes sobre los habitantes de Tilapa que dudan u olvidan “El costumbre” (Tilapa, Mex.), Nuestro Padre Jesús, sentado a la mesa comiendo arroz con mole y coca cola el jueves santo en la última cena (Atlatlauhcan, Mor), Las ánimas del purgatorio, inscritas en la imagen como Angustia, Pena y Desesperación, acompañantes iconográficas de un retablo en la Iglesia de La Magdalena de Las Salinas, D.F., convertidas por los feligreses en Santa Angustia, Santa Pena y Santa Desesperación, cada una con sus propios milagros y reconocimientos como entidad personal e individual. En este sentido Félix Báez-Jorge lo plasma de forma genial al escribir:
 
¿Cómo debe explicarse que en el imaginario colectivo de los huicholes la Virgen de Guadalupe sea considerada una mujer incestuosa y frívola?  ¿Por qué los zoques de Chiapas conciben a Santa Mónica (canonizada como madre de San Agustín) como patrona del pueblo de Tapalapa, y padeciendo en el infierno por maltratar a las personas? ¿Desde qué ángulo simbólico debe entenderse que Santa Clara (patrona de Dzindzantún) sea imaginada por los mayas paseando cada año en la playa para saludar a su hermana la sirena? ¿Cuál es la perspectiva analítica pertinente para examinar los relatos de los otomíes de Temoaya que devocionan al apóstol Santiago por protegerlos en su lucha contra los españoles?¿Es propio de un Santo patrono proyectar tensión entre sus devotos y amenazarlos con cambiar de residencia si no se le ofrendas sus alimentos preferidos? La pregunta surge de la compleja relación que los popolocas de San Marcos Tlacoyalco (Puebla) mantienen  con su imagen epónima, una tardía expresión epifanía de Tlaloc.[3]
 
Así pues, la hipótesis de la que se parte y se desarrolla a lo largo de las páginas de este libro es la siguiente: las imágenes de los santos en las comunidades campesinas de origen indígena fueron reinterpretadas de acuerdo a la cosmovisión propia de los pueblos donde se implantaron, alejándose considerablemente de la explicación piadosa del clero para ser adoptados como entidades divinas cuyas funciones específicas corresponden a las necesidades históricas concretas de los hombres que les rinden culto, incorporándose con otras personalidades numinosas que definitivamente no provienen de la explicación cristiana, sino que corresponden a una concepción mesoamericana, donde los entes divinos se incorporan al trabajo cotidiano codo con codo con el ser humano –los vivos y los muertos- y los elementos naturales presentes en el paisaje, lo cual, en un sentido profundo nos abre los horizontes a diferentes formas de concebir lo sagrado, lo divino y lo trascendente, desde estas culturas específicas.
            No me resta más que agradecer de todo corazón a nuestras invitadas: Dra. Alicia y Mtra. Alba, por su generosa participación en este evento, que definitivamente aportó mucho al tema desde su propia visión y ángulo de lectura, en lo personal agradezco su presencia en este evento, pues es relevante en lo personal, y engrandecen mi alegría con su propositiva presencia, además del esfuerzo por leer este texto y redactar sus aportes, así como abrir este espacio para compartir físicamente este momento.


 


[1] Mary Shelley, Frankenstein, Ediciones Quinto Sol, México, 1990, p. 175.
[2] Ibidem, p. 152.
[3] Félix Báez-Jorge, “Núcleos de identidad  y espejos de alteridad (hagiografías populares y cosmovisiones indígenas)”, en: Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes (coord.), Los Divinos entre los Humanos, México, editorial edisai, pp. 25-42, 2012. P. 42.