RELIGIOSIDAD POPULAR EN MEXICO


Las comunidades rurales de ascendencia indígena en México, son herederas de un importante bagaje cultural y religioso de originalidad mesoamericana. En su devenir histórico, a partir de la conquista y colonización, tuvieron que integrar muchos elementos novedosos provenientes de otros contextos culturales y religiosos. En ese proceso, dichas comunidades, lejos de acatar sumisamente los nuevos parámetros impuestos por el grupo hegemónico, activa y creativamente han reformulado y resignificado esos nuevos símbolos, de tal manera que el sincretismo resultante reúne en una nueva vivencia cultural las procedencias, tanto de uno como de otro lado.
Se trata de una forma de entender los fenómenos religiosos sincréticos en México, donde no se aniquila la diversidad inherente al proceso de conformación social de los diferentes rituales. En este sentido es la "Otra historia", la que se origina fuera del centro, lejos del púlpito, en la intimidad de los pueblos, barrios y colonias frente a la dureza de su vida particular y los avatares para abrirse paso en ella. En ese proceso, lo divino se materializa, necesariamente se encarna y se particulariza desde el horizonte cultural local. Esta aproximación implica una cierta apertura a pensar a Dios desde otros horizontes culturales, i.e., re-pensar lo divino desde otras coordenadas culturales.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Los diablos de Ocumicho, Michoacán: formas profanas en barro de colorida y alegre irreverencia

Texto preparado para la revista electrónica de la Universidad Intercontinental: ForoUIC
 

Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes

 

Ocumicho, Michoacán es un pueblo que se ha distinguido desde hace algunas décadas por su elaborada artesanía en barro polícromo con marcada tendencia a la factura de diablos en distintas escenas que hacen irrumpir a este personaje del ámbito espiritual en la cotidianidad de la existencia ordinaria. Todas las figuras alusivas a él, van cargadas de sus atributos como contraparte de lo Bueno, luminoso y oficial, por ende se presenta obscuro, pícaro, travieso, transgrediendo la moral y buenas costumbres en divertidas escenas donde el imaginario de los artesanos no encuentra límite.
 



 

Llaman en especial la atención las escenas religiosas compuestas por diablos, como el tradicional nacimiento o la última cena, o incluso la crucifixión, donde todos los personajes son diablos: la virgen, el niño Dios, san José, san Juan, La Magdalena, hasta Cristo crucificado son representados por diablos.

Tener la oportunidad de estar en este pueblo en la Sierra Michoacana es sencillamente una experiencia única. Tuve la fortuna de ir gracias la P. Sergio Chuela, M.G., estimado amigo y fiel compañero de andanzas que nos llevó junto con su familia a mi esposa y a mí a un recorrido por los pueblos serranos.

El pueblo de Ocumicho está alejado de caminos pavimentados, y el último tramo de acceso es un camino de tierra fina como talco donde se hunden los pies y el menor movimiento levanta nubes de polvo. Una vez en el pueblo, los niños se agolpan en derredor para ganar el derecho a ser guías y ganarse unas monedas, porque en el pueblo no hay tiendas ni exhibiciones, sólo casa y en la intimidad de ellas los talleres familiares y los cuartos-bodega, que son verdaderas puertas a otro universo, pues allí se encuentran piezas únicas, acumuladas con el paso de los años, cubiertas de polvo, todas aglutinadas son una explosión de colores intensos que crean un espectáculo singular. Ya apalabrados con los niños que nos guiarán, éstos se ponen de acuerdo para ver qué casas ver primero: “¿Qué buscan?, nos preguntaron: “Pues los diablos” respondimos, entonces nos llevan por las intrincadas calles del poblado serrano, defendiéndonos hasta donde pueden con sus resorteras de los perros que se nos abalanzan en cada esquina.

Lo que más hay son diablos, pero en segundo lugar las sirenas ocupan el puesto de honor. Como personajes femeninos con sus voluptuosos senos al aire son el complemento perfecto para los diablos en sus picardías y exhibicionismo fálico.

Las sirenas también aparecen en escenas religiosas, como virgen de Guadalupe, nacimientos o últimas cenas, donde hasta Cristo es sirena.
 
 
 

En tercer lugar de recurrencia en el motivo de los diseños están las máscaras y los revolucionarios, individuales o en complejas maquetas de 10 o 15 piezas entablando batalla. Carretas, coches, autobuses llenos de diablos y sirenas, chivos, toros, vacas, algunas cruces, son las piezas que más recuerdo en los distintos talleres.

El barro se amasa y se trabaja modelado, y también combinándolo con la técnica del pastillaje. Se seca al sol y se coce en horno. Llama la atención que en uno de los pueblos vecinos: Cocucho, cuna de las famosas vasijas y cántaros llamadas “cocuchas”, el horneado es al aire libre, pues las vasijas son tan grandes que no hay horno donde quepan, por lo que se cubren completamente de leña al aire libre, se enciende y se deja arder por un día o más. Como la leña se quema dispareja, las entradas de aire tiñen el barro de colores cafés, naranjas, negros y amarillos en diversas tonalidades. Pero en Ocumicho, sí es en el horno el cocimiento y el barro queda parejo en rojo-anaranjado. Esto quiere decir que el tamaño máximo de las piezas es el tamaño del horno, o bien, se pueden hacer piezas por separado que después se ensamblan para formar algo más grande.

Después del horneado, viene el decorado que es lo que más lleva tiempo y es donde se da vuelo a la imaginación en coordinación con las manos que plasman motivos, patrones y colores en el estilo tan propio de esta artesanía que ha cobrado renombre internacional.

Por más que se ahorre y se regatee, lo que se merca siempre parece insignificante frente a la desbordante variedad de lo que se ofrece en estos talleres.

Al regreso, nadie quiere salir de noche, porque el camino es malo, y como es Ocumicho, siempre pasan “cosas”, por aquello del diablo. Para no ser la excepción, efectivamente se descompuso el coche en la terracería, pero gracias a la hermana del P. Sergio –esposa de mecánico- pudimos salir bien librados de esa travesura de los diablos de Ocumicho.

En relación a la pregunta obligada de ¿por qué los diablos? Traigo a colación lo escrito por Cecile Gouy-Gilbert, quien señala lo siguiente:

           

Respecto a cómo nació el diablo, muchos son los que dicen haber sido iniciados por Marcelino. […] Si examinamos la evolución de la fabricación de objetos en Ocumicho, se observa que años después de su muerte el pueblo se orientó deliberadamente hacia los diablos. Marcelino no transmitió una técnica, sino más bien una idea; esta idea del diablo cuyo origen se desconoce. Efectivamente, no se sabe nada de los primeros diablos de Marcelino, más que de “una bola de tierra que tenía en la mano, hizo un diablo”. También se dice que el mismo diablo le sirvió de modelo, pues un día lo había encontrado al regresar de Tangancícuaro, al atravesar una barranca antes de llegar a Ocumicho. El diablo se dirigió a él y le dijo: “tus diablos son feos, mírame, yo soy guapo, tómame como modelo”. Entonces se volteó levantando los faldones de su abrigo, y al examinarlo con atención, Marcelino vio su cola, sus patas de gallina en lugar de manos y sus patas de cabra en lugar de pies, elementos que probaban que estaba tratando con el diablo. […] Cabría pensar que el diablo, o más bien el demonio indígena, era un personaje lo suficientemente fuerte en la mitología purépecha, como para motivar a Marcelino a utilizarlo. Al observar cuidadosamente estos primeros diablos (sobre todo en el museo de Pátzcuaro), se ven personajes modelados según el criterio de representación del diablo cristiano. Por lo tanto, es en la religión católica donde se debe buscar la influencia ejercida sobre Marcelino. Si efectivamente fabricó ángeles, ¿por qué no habría de interesarle lo contrario? Por otra parte, hoy en día a los artesanos les gusta justificar el tema del diablo, recordando que no es más que un ángel caído.[1]

 

Este personaje llamado Marcelino, participó en varias exhibiciones organizadas tanto en el estado, como en otras partes del país y hasta en el extranjero con sus diablos, los cuales en el pueblo, no gustaba mucho de presumir abiertamente. En un afortunado ligue de factores externos, el FONART se interesó en los 70’s por el trabajo de Marcelino, pues francamente se vendía a la perfección tanto en México como en Estados Unidos, así, este personaje floreció, pero en su auge estuvo su caída también, pues murió joven, asesinado violentamente, tal vez por envidias, pues ya había logrado prestigio, reconocimiento y buen caudal de dinero. Una vez desaparecido, entonces sí se popularizó la idea de los diablos entre los demás artesanos que ya trabajaban esa técnica, pero con motivos diferentes, al fin y al cabo, los diablos era lo que se vendía y lo pagaban bien. El florecimiento de esta expresión artística se debió a una serie de factores que confluyeron, como apoyos gubernamentales, políticas indigenistas que proveyeron de apoyos en el momento justo, exhibiciones en el extranjero donde Marcelino ganó premios por su trabajo con diablos. Sea como sea, hoy por hoy es un distintivo a la identidad de este pueblo serrano. La mayoría de los artesanos son campesinos y se dedican medio año al cultivo del maíz para autoconsumo y el otro medio año a la fabricación de piezas para venta y obtener dinero en efectivo para comprar lo necesario. Así, sea cual fuere su origen, es innegable que sus obras son ventanas privilegiadas para asomarse a sus concepciones cosmovisionales, su mitología y los entes que consideran pueblan el paisaje de su hermosa tierra.






[1] Cecile Gouy-Gilbet, Ocumicho y Patamban. Dos maneras de ser artesano, México, CEMCA. Cuadernos de estudios michoacanos 2. 1987, pp. 27-28.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Algunas notas acerca de la intolerancia y el desprecio de la oficialidad eclesiástica por las manifestaciones religiosas populares

Notas previas acerca del dogmatismo

 
Cuando de la particularidad de un acontecimiento personal se salta a la universalidad de la salvación de todo hombre, hay una tergiversación de la realidad. La realidad -que es materialmente una- en el ámbito de las significaciones ya no se comparte entre el sagrado y el profano.
Desde el dogma y la doctrina la realidad se abstrae y pierde su sustrato material (por eso el dogmático no pisa el suelo y vive en su mundo). Arbitrariamente, el dogma se constituye en el punto nodal del universo, pero esa arbitrariedad se legitima míticamente, mientras el paso del tiempo acaba por borrar las diferentes procedencias de las ideas que coadyuvaron a su conformación inicial.
La doctrina es un principio ordenador de la vida, y como tal, dentro de sus funciones sociales, pueden manipularse el adormecimiento, manipulación y homologación de conciencias. Un principio ordenador cifrado como doctrina, no se cuestiona, no se critica, solamente se sigue. No es necesario entenderlo, sólo creerlo, hay una peculiar relación entre Razón y Fe, donde la segunda atenúa a la primera. Estas características son especialmente explotadas en una situación social en la que Dios y el César gobiernen juntos, sumándose a uno de varios peligros inherentes en la religión.
En el ámbito de la cultura, la religión pertenece a la dinámica de identificación-diferenciación, no sólo exógena, sino también endógena, colaborando así en los procesos de estratificación social y legitimación en base al acceso a la Verdad, la cercanía con el centro y la administración de esa Verdad, por lo tanto, con la cuestión del poder. El mundo queda así dividido a partir de sí mismo en una dicotomía: creyente-pagano; fiel-infiel. A partir de sí mismo, todo se divide en Bueno y Malo, y la membrana que divide ambos mundos es la mismidad. En esa membrana entran los calificativos frente a lo ajeno: ignorante, pagano, infiel, dependiendo de la permeabilidad de dicha membrana. La decisión alterna (del otro) no tiene cabida, pues en este esquema ni siquiera cabe la posibilidad de concebir a otro que sepa, conozca, "pruebe" y decida por un NO.

La cuestión religiosa popular vista por la instancia oficial

 
Un acercamiento meramente moralista y doctrinal a estos fenómenos religiosos populares deja en un nivel nulo la posibilidad de diálogo o encuentro con la diferencia.
Si las nuevas tendencias de visión pastoral eclesiástica rebasan las condenas o señalamientos estériles de antaño, deben ver más allá de los meros cultos, para penetrar o sondear los anhelos, expectativas, necesidades, miedos y luchas de esos sectores poblacionales que se refugian en esos cultos por razones histórico-materiales que tienen mucho que decir acerca de su realidad social desde las bases materiales reales y concretas que los condicionan. Esto no supone necesariamente  una aceptación incondicional sino un básico reconocimiento del otro con miras a un diálogo.
Negar sistemáticamente la presencia social pujante de los cultos populares, o bien, desvirtuarlos por considerarse con valor dogmático débil, sería completamente absurdo, dadas sus evidentes manifestaciones en la realidad social que florecen por doquier y se pueden constatar empíricamente. La negación de estos cultos, denigra y menosprecia a quien los practica, lo cual lleva a negar reiteradamente a esos sectores sociales que le dan vida y vigor y que se encuentran en el margen al que han sido orillados y desde el cual buscan cobijo, no encontrándolo -evidentemente- en propuestas centralizadas.
Más que tomar partido, se trata de generar una visión de inclusión de ambas realidades cultuales que denotan la presencia de más de un actor social. No es posible la comprensión unilateral de la historia, ni es así posible la comprensión unilateral de una sociedad plural.

Problemas inherentes al proselitismo religioso

 
El proselitismo religioso es un gran problema intercultural y de reconocimiento de la alteridad. Lleva implícitos serios problemas de respeto, tolerancia y aceptación de lo diferente y, por lo tanto, es muy proclive a desembocar en violencia.
Esto, más el cese o adormecimiento de la conciencia individual en pro de una conciencia de gremio o grupo privilegiado desde el Absoluto, lleva a una turba acéfala, emotivamente manipulada con facilidad y que se absorbe en el torrente apensante del rebaño. Así, la figura del pastor se vuelve particularmente peligrosa en potencia al conjuntar todas estas características del rebaño dirigido: amencia, adormecimiento de conciencia, impulso grupal emotivo, cese de la razón en favor de la fe.
En este sentido, cabe señalar que no solamente debe ser considerado el clero como guía, sino también los laicos empoderados por el clero (que pueden llegar incluso a ser más intolerantes y cerrados).
Desde una posición dogmática definitivamente se reduce la amplitud y diversidad inmensa de la vida a un coto cerrado muy estrecho y manipulable desde la doctrina y el dogma, resultando en individuos monocromáticos, monodialógicos y unitarios solipsistas que no podrán establecer un diálogo con lo diferente, allende a su Verdad, pues se considera que dicha verdad es tan evidente, que no hay manera de que alguien la oiga y no la crea, es una Verdad Absoluta que no negocia, ni dialoga, ni pretende comprender al otro. Es una totalidad que integra al otro en su ipseidad, no existe siquiera la posibilidad de otra forma de ser, el adepto, una vez convertido, se transforma, muta, entra en el único esquema posible de ser. Lo que el otro sea, no importa, tiene que ser reducido al nosotros de los elegidos.

A modo de conclusión

 
A través de las manifestaciones cultuales cifradas desde la religiosidad popular, podemos percibir lo que la gente de un lugar específico -desde su historia y su situación social concretas- piensa, cree, anhela, necesita materialmente, agradece, teme, etc. Es una ventana no al contenido dogmático expresado con racionalidad lógica ni teológica, sino a la realidad relacional de la gente con lo divino desde su propio horizonte de sentido.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Reflexiones sobre las Unidades Habitacionales como fenómeno cultural


Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes, “Reflexiones sobre las Unidades Habitacionales como fenómeno cultural”, en: Eckholt, Margit y Silber, Stefan (Coords.), Vivir la fe en la Ciudad Hoy. Las grandes ciudades latinoamericanas y los actuales procesos de transformación social, cultural y religiosa, t. II, México, Editorial San Pablo, 2014, pp. 301- 310. (ISBN: 978-607-714-094-7).














El culto a los muertos en la religiosidad popular mexicana



Más que un culto a la muerte como personificación, lo que podemos constatar en las celebraciones en derredor del día de muertos en México es un culto a los muertos, no en el anonimato de la generalización, sino al papá, la mamá, el abuelo, el tío, el amigo, la esposa, pues de alguna forma se concibe que el lazo o vínculo social se preserva aún después de la muerte. El hecho de que alguien amado muera, no lo destierra del corazón de los vivos, y así, tampoco queda excluido de la colectividad a la que perteneció.
En este sentido, son muy interesantes las artesanías festivas en derredor del día de muertos, pues ya sea en azúcar, barro, cartón, hoja de lata, amaranto o chocolate, plasman en la materialidad lo que en el imaginario bulle a raudales. Se convierten en una ventana a lo esperado en el más allá, que no es otra cosa que la prolongación de las dichas del más acá.
Esta expresión plástica fue sumamente valorada por artistas de la talla de Frida Kahlo y Diego Rivera, quien llegara a expresar que: "el verdadero arte de México es el arte del pueblo". Integraron ambos esta peculiar plástica en sus obras llevándola a otro nivel, el de referente identitario nacional tanto frente a lo ajeno, es decir, en el extranjero, como en lo interno, creando un referente común en la gran diversidad existente al interior de México.

De la muerte garbancera a la catrina
El nombre común de catrina para referirnos genéricamente a estas "muertecitas" artesanales, fue adoptado en la época de Diego Rivera, quien la hiciera famosa al pintarla en la escena central de su mural "Sueño de una tarde de verano en la Alameda", donde ocupa el lugar privilegiado como esposa y madre tomando del brazo a Guadalupe Posada y al propio Diego Rivera como un niño.



 Antes de que se le conociera como "catrina" era la "Muerte garbancera" de Guadalupe Posada, quien hacía sátira de las indias garbanceras, que eran las empleadas domésticas en las zonas urbanas que olvidaban su pueblo y orígenes, afanándose en imitar las costumbres, atuendos y modas de sus patronas. Fue este genio artístico de Posada quien hizo irrumpir la figura de la muerte en este sentido tan particular, cómico, burlesco, desfachatado y tan lleno de vida, a pesar de estar ya en los huesos. Su trabajo no fue muy reconocido durante su vida, pero afortunadamente después de su muerte se conoció poco a poco cada vez más, hasta ocupar el lugar privilegiado que hoy ocupa en la historia de México. Podríamos decir que en este sentido, Posada la creó y Diego Rivera la popularizó. Sin embargo, ambos presentaban algo sobre una base cultural que hacía inteligible y significativo su mensaje visual, y en ese sentido, el significado más profundo de estas expresiones perteneció siempre al pueblo, su ritualidad, sus creencias y sus artesanías.
 

Grabados de José Luis Posada.




Acerca de lo implícito en el culto a los muertos (existencial y socialmente)
La vida humana individual es, en realidad, muy breve. Así, la colectividad asegura que se prolongue lo más posible, desde su inicio, transmitiendo a grandes bocanadas la herencia acumulada del grupo cultural en la formación de los jóvenes, y al final, prolongando la pertenencia social más allá del acontecimiento de la muerte.
Desde esta perspectiva, en el culto a los muertos subyace -obviamente- un tributo de respeto y agradecimiento a los mayores fallecidos, pero también un vínculo afectivo que no se destruye por la ausencia física. Así, a pesar del evidente cambio de status en la muerte, el ser querido es bienvenido en casa una vez al año. A pesar de la separación radical que implica el morir, se considera que una vez al año le es dado a los vivos y a los muertos el poder convivir otra vez juntos y departir colectivamente como antaño. En este sentido, al decir creer, no nos referimos al uso corriente del lenguaje coloquial, en el que se usa con total ambigüedad y poco compromiso. Se trata de un verdadero creer como sinónimo de saber con certeza que se reencontrarán. Por eso se dispone la ofrenda con todo cuidado en los detalles y completamente personalizada a los gustos de los comensales principales que serán los difuntos.


La muerte como acontecimiento cultural
La muerte, indudablemente, es un proceso social. La muerte individual involucra a todo el colectivo y le provoca existencialmente a asumir la partida del muerto, en necesaria confrontación con la propia muerte. Cabe señalar también que las prácticas rituales y las representaciones sociales en derredor de la muerte, sirven para afrontar la separación física. Es una necesidad psicológica innegable. En este sentido, por ejemplo el novenario, el aniversario, etc. es una forma de dosificar la partida, es despedir al muerto poco a poco, desapegarse paulatinamente. Dado que la muerte es un acontecimiento desconcertante, definitivo, doloroso, confuso y conflictivo, psicológicamente, morir, implica un proceso para recuperar la ordinariedad de los vivos, por eso son tan valiosos los rituales, pues ayudan a reconstruir la realidad sin el muerto: asumir la ausencia reconstruyendo la presencia. Así pues queda claro que la muerte como cesación de las funciones biológicas que posibilitan el fenómeno que llamamos vida, es un problema biológico y de procesos físicos y químicos, pero el acto morir –para el humano- es un asunto eminentemente cultural.
 











 
 
 










 

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PARA VER UNA EXTENSA COLECCIÓN DE ARTESANÍAS ALUSIVAS AL DÍA DE MUERTOS, RECOMIENDO AMPLIAMENTE VISITAR:

http://vidanotemuerasexpomuseomguic.blogspot.mx/

Específicamente el archivo del blog del 2013, pues allí se exponen las imágenes de las artesanías expuestas en el Museo MG en la exposición "Vida no te mueras. Exposición artesanal de calaveras".
Como acto conclusivo de esa exposición se realizó el evento académico: "Reflexiones interdisciplinares en torno a la muerte" en la UIC, y las participaciones de conferencistas y ponentes están a disposición en:
http://reflexionesinterdisciplinaresmuerte.blogspot.mx/

En ese evento también se presentó el libro: "¡Vida no te mueras! La muerte en México a través de su artesanía festiva", mismo que puede consultar en:http://vidanotemueraspresentacionlibro.blogspot.mx/




Semana Santa en Taxco: identidad y pertenencia al abrigo de la devoción y la penitencia

TEXTO PREPARADO PARA LA REVISTA ELECTRÓNICA DE LA UNIVERSIDAD INTERCONTINENTAL: ForoUIC

Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes

 

La semana santa en Taxco, Guerrero ha sido siempre un referente del turismo de ese estado en lo particular, y de nuestro país en general. En este sentido, las actividades que se realizan durante esta semana de celebraciones religiosas se trivializan hasta cierto punto, pues se convierten en la foto obligada, la imagen que el turista busca ansioso, la postal perfecta. Desde este punto de vista bien podríamos decir que las actividades rituales en este contexto tienden a “folklorizarse”, entendiendo por folklore una valoración de las formas rituales pero ya sin el contenido original que las motivaba en un contexto social autóctono engarzado en coherencia con los demás elementos de la cultura.

Sin embargo, aunque en esta zona el arribo del turismo creciente, casi podríamos decir: “invasión turística”, ha trastocado el entorno social donde se ubican estos rituales, aún conservan sentido profundo enraizado en la historia local y la cosmovisión que opera en estas comunidades tradicionales. Como en tantas otras ceremonias de este tipo, el origen parece perderse en un pasado mítico, pero según la Enciclopedia Guerrerense, el inicio de esta tradición podría remontarse hasta 1598, debido a la gran religiosidad profesada por los habitantes de este pueblo minero. No obstante en los archivos de la parroquia de Santa Prisca se encuentran los registros de los primeros permisos otorgados por la Iglesia para celebrar una procesión del Cristo del Santo Entierro, en el año de 1600.

En el caso específico de la semana santa en este lugar, quisiera referirme específicamente a las tres congregaciones, cofradías o hermandades existentes que son las que sustentan la peculiaridad de la celebración durante semana santa en Taxco:

1.)    Las ánimas.

2.)    Los encruzados.

3.)    Los flagelantes

La primera de estas hermandades es femenina y las dos restantes masculinas. Antes de proceder a describir cada una, cabe señalar que tendrán en común que son organizaciones sociales cuya adscripción implica una cierta forma de comportamiento ético visible en la comunidad, se consideran a sí mismas serias en cuanto a que no es considerado un juego lo que hacen y tienen implicaciones de adhesión y formación que por más mínimas que sean marcan a los integrantes en una dinámica de “dentro y fuera” del grupo. También las tres hermandades comparten cierto estigma que pesa sobre quienes participan en ellas, pues al ser un acto de penitencia y estar cubierto el rostro, el imaginario popular no deja de volar en relación a ¿qué fue lo que hicieron para purgarlo así?, remontándose en ese vuelo de la imaginación a crímenes horribles, homicidios, prostitución, etc, cosa que es poco sustentable, pues a la par de la penitencia, está también el favor solicitado, o bien, el pago por el favor recibido, sin la connotación de algo malo purgado que implica un entendimiento ortodoxo de lo que es la penitencia.

Las tres hermandades participan durante la Semana Santa de Taxco, especialmente en lo que toca al triduo pascual comprendido entre jueves y sábado santos.

 

Las ánimas

Esta hermandad femenina realiza su penitencia caminando por las empinadas calles empedradas de Taxco. Las ánimas, procesionan descalzas, portando un vestido negro y cubierta la cabeza con capucha negra. Todo el tiempo avanzan encorvadas en ángulo de 90 grados, con pesadas cadenas amarradas en los pies, las cuales hacen un ruido intenso que nutre la atmósfera de misticismo en las noches. En las manos portan un crucifijo y en la cintura disciplina de lazo con clavos. La pertenencia a esta hermandad implica un comportamiento digno dentro de la comunidad y reuniones en las que se dan pláticas de carácter espiritual.



 
Ánimas cargando sus cadenas en los pies, encorvadas y sosteniendo una cruz. Noche del Miércoles Santo.Taxco, Gro. Fotografía del autor.



Los encruzados

Esta hermandad masculina realiza su penitencia cargando un rollo de espina de zarza de aprox. 60 kilos. El rollo es puesto tras la nuca, sobre la espalda con los brazos extendidos y amarrados en los extremos del rollo. Portan capucha negra y sendal, con las espaldas desnudas. La procesión dura varias horas, aparte de mencionar que conservar el equilibrio con esa carga en las accidentadas calles de Taxco es ya un mérito. Llevan los encruzados ayudantes que tratan de apoyarlos para que no caigan, y cuando se hincan puedan volver a ponerse en pie. Esto es porque además de la procesión, se realizan “guardias” en la iglesia, donde se ofrecen una, dos o tres horas. La guardia consiste en estar hincado frente al altar con el rollo en la espalda durante el tiempo ofrendado. La promesa de ser encruzado, implica determinar el tiempo que se compromete el involucrado a cumplir con esta participación. Puede ser una sola vez, por determinado número de años o de forma permanente. Es claro que es una ofrenda, donde lo que se ofrenda es el esfuerzo físico, el dolor y las incomodidades propias de realizar esta actividad.

 


Encruzado recorriendo las calles. Taxco, Gro. Fotografía del autor.


Encruzado cargando el rollo de zarzas. Taxco, Gro. Fotografía del autor.


Procesión de encruzados el jueves santo al mediodía. Taxco, Gro. Fotografía del autor.

Encruzados con la Virgen de los Dolores en procesión. Viernes Santo. Taxco, Gro. Fotografía del autor.



Los flagelantes

Esta hermandad, también masculina como los encruzados, visten sendal negro y capucha. Van desnudos de la cintura para arriba y se flagelan con disciplinas hechas por ellos mismos con lazo y punta hecha con metal, hilo de algodón y clavos. Es tal vez la más aparatosa de las hermandades pues la sangre es muy visible, ya que al avanzar en la procesión se azotan continuamente la espalda pasando el flagelo por encima de cada hombro una y otra vez. Aunque las heridas no son muy profundas con un solo azote, la constancia deja profundas y estremecedoras marcas en la piel. Igual que en el caso de las hermandades anteriores, cada involucrado decide cuántas veces se compromete a esta ofrenda. Es muy común que los flagelantes en una procesión, sean los encruzados de otra, entremezclándose sin problemas en las celebraciones durante la semana.

 


Flagelante cargando una cruz en la procesión del Jueves Santo en la noche. Taxco, Gro. Fotografía del autor.
 

Flagelante cargando una cruz en la procesión. Viernes santo. Taxco, Gro. Fotografía del autor.
 

Estas tres hermandades acompañan las procesiones de los santos que se realizan en Taxco durante toda la semana santa, donde las imágenes de los santos se congregan en ciertos lugares para participar en la procesión. La gente y los penitentes se convierten en una suerte de acompañantes de estos protagonistas de la esfera numinosa que recorren las calles de su pueblo, se visitan y participan en la celebración de esta semana. Destaca la procesión de los Cristos el miércoles santo en que se coloca una escenografía del “huerto de los olivos” en el atrio de la parroquia de Santa Prisca. Ya en la noche, sale la Procesión del templo de la Santísima Trinidad, y la imagen de la Trinidad es acompañada por los Apóstoles, el Cristo de los Plateros, San Judas Tadeo, Jesús El Buen Pastor, el Señor de la Misericordia, Santa Faustina Kowalska, Santa Cecilia, el Cristo del Coro, el Padre Jesús del exconvento de San Bernardino, entre muchas otras imágenes de Cristos de distintas capillas del pueblo.

En este sentido, bien podemos apreciar que las formas de devoción popular que se estilan en Taxco se vinculan con algunos puntos del catolicismo oficial, tales como la semana santa y sus oficios litúrgicos canónicos, además de las misas y bendiciones que son muy valoradas, mas no todo proviene de esa instancia, pues las procesiones en sí mismas, la actividad de los penitentes, y el trato que se le da a las imágenes religiosas disgusta con mucha frecuencia  a los clérigos que ven en estas expresiones prácticas torcidas y desvirtuadas –desde su punto de vista-  muy lejanas de la razón teológica que resguardan. A la par, en el pueblo, se aprecia la valoración de dichas actividades que no importa cuánto lo critique el sacerdote, se realizan porque deben ser realizadas, como dicta “el costumbre”, como dice la gente en sus propias palabras: “como debe ser”. Se percibe entonces una dicotomía de un clero que no encuentra lógica alguna en estas manifestaciones religiosas populares, y un pueblo que no encuentra mucho sentido a la “verdadera” versión repetida con ahínco por los ministros oficiales. Que el acto religioso popular esté desprovisto de lógica para el clero, no implica que esté desprovisto en sí mismo de toda lógica, simplemente indica que no pueden entender esa lógica porque ni siquiera consideran que exista esa posibilidad fuera de su monótono monólogo. Es, pues, una cuestión básica de reconocimiento intercultural: aceptar la posibilidad de lo divino cifrado desde otras perspectivas culturales, con otros símbolos y escalas de valores distintas.

La entrega gustosa del sufrimiento provocado durante estas celebraciones nos lleva a repensar la relación de lo divino en perspectiva con lo humano. La división entre una trascendencia lejana espiritualizada y una inmanencia insoslayable eminentemente material reduce la brecha que desde la teoría parecería insalvable: es necesario hacer una apología de nuestra materialidad que no pierda de vista que la vivencia espiritual humana, en tanto que humana es necesariamente encarnada. Una división tajante entre los problemas de este mundo y la salvación del otro, rompe con esa encarnación. Desde esta perspectiva, la fuerza y vigor con que se celebran estas fiestas religiosas, que implican la visión de lo divino presente en nuestra materialidad cotidiana, ¿no reconcilia ambos mundos constitutivos de lo humano? Vivir es padecer, y la apuesta religiosa implícita en estos fenómenos religiosos populares conlleva un voto por lo divino inserto en el padecimiento rutinario, la carencia cotidiana, el sufrimiento constante. Esto provee de sentido la vida humana, no teorizada, sino plenamente inmanente en el estrecho espacio vital del existente.

La distinción que la religión oficial hace entre este mundo y el otro, implica la separación del ámbito humano y el divino, donde la divinidad se acerca a la realidad humana, pero el fin último se concibe fuera de esta realidad. Es una visión de la trascendencia donde los ámbitos de lo humano (terrenal, perecedero, inmanente) están muy bien diferenciados de lo divino (celestial, eterno, trascendente). Sin embargo desde las devociones populares, esta distinción de los ámbitos humano y divino no opera, de hecho no existen en sí esos ámbitos, sino que se trata de una sola realidad, ésta, la que conocemos y en la que nos movemos, donde cohabitan el hombre, la naturaleza y los entes divinos, en una interrelación que integra a las partes en un destino común. La separación que se aprecia entre la festividad popular en estos pueblos y los patrones oficiales de celebración litúrgica en la ortodoxia eclesial, nos llevan a deducir que las motivaciones en uno y otro lado son diferentes y lo que se busca con la celebración responde también a intereses distintos.

Tendríamos que considerar, pues, que el espíritu subyacente en los fenómenos religiosos populares, podría retroalimentar a la religión oficial en su espíritu desgastado reconstruyéndose su ámbito de significación a partir del vigor y dinamismo inherentes en los sectores que dan vida y forma a la religiosidad popular. Si el cristianismo contemporáneo se vuelve una extraña religión desacralizada (por el desgaste en su concepción de lo divino y su consecuente vacuidad de sentido de Dios y lo religioso) ¿no podría re-sacralizarse en una retroalimentación de la vivencia de lo sagrado desde otras coordenadas culturales otrora despreciadas y minusvaloradas?