RELIGIOSIDAD POPULAR EN MEXICO


Las comunidades rurales de ascendencia indígena en México, son herederas de un importante bagaje cultural y religioso de originalidad mesoamericana. En su devenir histórico, a partir de la conquista y colonización, tuvieron que integrar muchos elementos novedosos provenientes de otros contextos culturales y religiosos. En ese proceso, dichas comunidades, lejos de acatar sumisamente los nuevos parámetros impuestos por el grupo hegemónico, activa y creativamente han reformulado y resignificado esos nuevos símbolos, de tal manera que el sincretismo resultante reúne en una nueva vivencia cultural las procedencias, tanto de uno como de otro lado.
Se trata de una forma de entender los fenómenos religiosos sincréticos en México, donde no se aniquila la diversidad inherente al proceso de conformación social de los diferentes rituales. En este sentido es la "Otra historia", la que se origina fuera del centro, lejos del púlpito, en la intimidad de los pueblos, barrios y colonias frente a la dureza de su vida particular y los avatares para abrirse paso en ella. En ese proceso, lo divino se materializa, necesariamente se encarna y se particulariza desde el horizonte cultural local. Esta aproximación implica una cierta apertura a pensar a Dios desde otros horizontes culturales, i.e., re-pensar lo divino desde otras coordenadas culturales.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Los santos en la religiosidad popular campesina: sacralidad marginal

Texto preparado para la revista electrónica de la Universidad Intercontinental: ForoUIC

 

Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes

 

A partir de la observación etnográfica en relación al uso de las imágenes de los santos en medio de la vida cotidiana dentro de las comunidades campesinas de origen indígena en México, salta a la vista que -como personajes numinosos-, los santos son considerados –dentro de las celebraciones rituales- como personas vivas más que como imágenes innertes, con todas las características propias que esto implica, tales como una voluntad propia, un ámbito específico de funciones en medio del entorno natural y social, parentescos con otros santos y pertenencia territorial a un pueblo en específico. Así, las imágenes de los santos bien pueden ser consideradas como: mudos predicadores de otra historia, y esa otra historia que predican es la que se origina lejos del púlpito, en la lucha diaria por sobrevivir, en el campo, en los problemas cotidianos que urgen soluciones inmediatas. Allí donde la rudeza de la rutina hace necesaria toda la ayuda posible, las redes de solidaridad y reciprocidad se extienden más allá del vecino tangible de carne, hueso y sangre, para integrar a otro tipo de vecinos que comparten esta realidad desde su propia particularidad y posibilidades: los santos.

            A partir de esto, el problema que se plantea, refiere primeramente a la pregunta acerca de cómo interpretaron estos pueblos campesinos de ascendencia indígena, desde su cosmovisión, las imágenes religiosas cristianas insertadas en su espacio cultural, y a partir de su propia perspectiva interpretativa de lo divino y su relación con lo humano, ¿qué roles le fueron asignados a las imágenes religiosas cristianas dentro de la vida del pueblo?

Así pues, partimos de considerar que las imágenes de los santos en las comunidades campesinas de origen indígena en México fueron reinterpretadas de acuerdo a la cosmovisión propia de los pueblos donde se implantaron, alejándose considerablemente de la explicación piadosa del clero para ser adoptados como entidades sobrenaturales cuyas funciones específicas corresponden a las necesidades históricas concretas de los hombres que les rinden culto, incorporándose con otras personalidades de carácter igualmente divino que definitivamente no provienen de la explicación cristiana, sino que corresponden a una concepción mesoamericana. Dicha adaptación o reformulación de los santos, no opera exclusivamente a nivel de un pueblo en particular, sino que es una constante en un conglomerado de numerosos pueblos que se engarzan en una región.
Dulce Nombre de Jesús. Imagen venerada en Tepetlixpa, México. Cartel de fiesta 2005. El fotomontaje fue preparado por los mayordomos para repartir las estampas y carteles.
Santo Santiago. Acatlán, Guerrero. Fotografía de Jaime Bernardo Díaz Díaz. Estudios Mesoamericanos, UNAM.
 
 
 

Esta peculiaridad en el uso de las imágenes religiosas, circunscritas en un entorno cristiano católico en poblaciones de ascendencia indígena, obligan –desde la antropología- a ofrecer una interpretación que dé cuenta de un fenómeno religioso que se aleja considerablemente de los parámetros oficiales de la instancia religiosa eclesial, que definitivamente entra en juego en estas manifestaciones, pero que –dadas sus características propias institucionales- no ve en ello sino una desviación o mala interpretación de la Verdad Revelada de la cual se considera depositaria.

            Dicha interpretación, desde la cual podríamos dar cuenta de este fenómeno social, parte del concepto clave de religiosidad popular. Un concepto problemático dada su polisemia, por lo que apuntamos –en primer lugar, y de manera enfática- que no lo consideramos como un término peyorativo o de depreciación, entre lo oficial y lo no-oficial, sino que lo consideramos un término útil para dar cuenta de una realidad social que se vive en un grupo subalterno (grupo de ascendencia indígena) que se encuentra inmerso en un contexto social más amplio (Estado-Nación), y que incorpora ciertos elementos que la oficialidad, tanto eclesial como estatal, le imponen, pero los reformula de tal manera que el resultado es un ritual acorde a su propia tradición cultural coherente con el proceso social históricamente vivido, pero que encuentra puntos de amarre con las instancias oficiales hegemónicas, de las cuales, por más que quisiera no puede librarse. Entendemos entonces dicha religiosidad popular como una estrategia social que “traduce” los parámetros de la oficialidad al nivel popular, la intimidad del pueblo, el ritual, la milpa y el cerro. En este sentido la religiosidad popular tiene un papel de intermediación entre ambos sectores sociales que se mueven continuamente en la fricción y el conflicto.

El concepto de religiosidad popular entonces, incluye a los sectores populares y étnicos que son sujetos de dominación. En su seno se desarrollan procesos de resistencia y se efectúan prácticas religiosas relativamente autónomas, que imbrican las esferas social, política y económica en una misma realidad indivisible, pues la tendencia moderna de fracturar la realidad en partes aisladas, es totalmente ajena a los habitantes de estos pueblos que no establecen distinciones entre un ámbito y otro, pues la operatividad de su vida cotidiana no establece dichas fronteras.

En el entramado que subyace a la religiosidad popular, se llevan a cabo procesos de resignificación, que  desembocan en un sincretismo, donde se lleva a cabo un proceso de incorporación selectiva de elementos religiosos impuestos por un poder externo, imposición que motiva al receptor a elaborar estrategias de selección y apropiación de esos elementos a su propio contexto cultural y de tradición.

            Así pues, la especificidad de las prácticas religiosas populares de ascendencia indígena, podemos explicarla como el resultado de un fenómeno sincrético  que posibilita una vivencia religiosa donde coexisten interpretaciones surgidas en distintos ambientes o contextos culturales. Entonces dicha especificidad es producto de un proceso histórico y la coherencia de esta síntesis está dada por la cosmovisión que articula la concepción que se tiene del mundo, y los entes que lo habitan, donde se encuentran animales, plantas, hombres y los entes divinos que se vinculan directa o indirectamente con el control de las fuerzas naturales.

            El espacio del mundo, se convierte en una vecindad de los hombres, la naturaleza, y los divinos, en la cual, todos interactúan, cada quien aportando lo que debe desde sus posibilidades ontológicas, donde destaca la participación humana en el ritual que –desde estos contextos- integra el orden social, político y económico del pueblo con la naturaleza y la divinidad, una relación de la que todos salen beneficiados, pues comparten este mismo mundo.

            Siguiendo este orden de ideas, es comprensible que la religiosidad popular en estos contextos específicos se caracterice frente a su contraparte como una expresión religiosa de la inmanencia, una religión de la vida diaria y de los problemas concretos, como la salud, el temporal, la cosecha, la prosperidad material, etc. Por esto, en este tipo de estructura religiosa, las respuestas acerca de la vida y la resolución de problemas concretos, alcanzan su máximo grado de resonancia.

            La idea que queremos rescatar es pensar a la religiosidad popular en contextos indígenas como una práctica social donde convergen tradiciones diferentes y que se expresan en manifestaciones rituales con identidad propia, lo cual, es muy valioso y sugerente para México, entendido como un contexto pluriétnico, donde esa pluralidad ha sido muchas veces negada en aras de una sola identidad nacional dictada desde el grupo hegemónico.

En medio de los vertiginosos cambios sociales que vivimos en nuestra época contemporánea, generados en buena medida por un proyecto nacional hegemónico inserto en un contexto mundial globalizado, resulta muy interesante que estas poblaciones campesinas de origen indígena mantengan una actividad ritual que les posibilita ciertas formas de relaciones sociales que favorecen redes de solidaridad y fortalecen sentimientos identitarios anclados en una cosmovisión común, no sólo a nivel pueblo, sino en un grupo de pueblos vecinos que forman un conjunto diferenciable de los que no comparten esta visión.

            Las fiestas religiosas se convierten así, en el engrane central donde se engarzan, de manera simultánea, cosmovisión, ritual, santos, necesidades materiales concretas, relaciones sociales, prácticas políticas, soluciones económicas, distanciamientos de las instancias hegemónicas –tanto en lo religioso, como en lo civil-, luchas por el poder –frente a la hegemonía, y también al interior de las facciones del propio pueblo-. El resultado de todo el conjunto es un sistema coherente, en cuanto que opera bajo una lógica singular propia, la cual se refuerza a través de la articulación de este engranaje en la celebración de las fiestas en un entorno regional.

               La utilidad de estudiar estos procesos implícitos en los fenómenos religiosos en las comunidades de origen indígena, es considerar en el ámbito teórico-interpretativo la existencia de ambos sectores sociales en un contexto nacional que -desde la hegemonía- pretende ignorar el empuje de los grupos subalternos. En todo caso se trata de un esfuerzo por interpretar los fenómenos religiosos en contextos indígenas partiendo desde la originalidad cultural e histórica propia de esas sociedades, sin entrometer modelos ajenos a los cuales pretender ajustarlos desde realidades totalmente lejanas a sus parámetros autóctonos.

Sea éste un aporte para entender esa “lógica singular” inherente en el proceso histórico-cultural de estos pueblos y que puede ser una valiosa propuesta de interpretación para otros procesos similares en nuestro actual mundo globalizado donde conviven lo ultra-moderno y lo tradicional que se resiste a desaparecer.

 

 





Soteapan, municipio en la Sierra de Santa Martha en Veracruz. Etnia zoque-popoluca. Los jesuitas y las hermanas de San José de Lyon como encargados de la evangelización de la región, pretenden la inculturación del evangelio valiéndose de la tradición de los pueblos indígenas basado en Jomxuk (o bien: Homshuk), dios del maíz, en una reinterpretación condensada en la llamada “teología india”.

Fotos de Consuelo Pulido García, estudiante de teología en la UIC.