Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
La semana santa en Taxco, Guerrero ha
sido siempre un referente del turismo de ese estado en lo particular, y de
nuestro país en general. En este sentido, las actividades que se realizan
durante esta semana de celebraciones religiosas se trivializan hasta cierto
punto, pues se convierten en la foto obligada, la imagen que el turista busca
ansioso, la postal perfecta. Desde este punto de vista bien podríamos decir que
las actividades rituales en este contexto tienden a “folklorizarse”,
entendiendo por folklore una
valoración de las formas rituales pero ya sin el contenido original que las
motivaba en un contexto social autóctono engarzado en coherencia con los demás
elementos de la cultura.
Sin embargo, aunque en esta zona el
arribo del turismo creciente, casi podríamos decir: “invasión turística”, ha
trastocado el entorno social donde se ubican estos rituales, aún conservan
sentido profundo enraizado en la historia local y la cosmovisión que opera en
estas comunidades tradicionales. Como en tantas otras ceremonias de este tipo,
el origen parece perderse en un pasado mítico, pero según la Enciclopedia
Guerrerense, el inicio de esta tradición podría remontarse hasta 1598, debido a
la gran religiosidad profesada por los habitantes de este pueblo minero. No
obstante en los archivos de la parroquia de Santa Prisca se encuentran los
registros de los primeros permisos otorgados por la Iglesia para celebrar una
procesión del Cristo del Santo Entierro, en el año de 1600.
En el caso específico de la semana santa
en este lugar, quisiera referirme específicamente a las tres congregaciones,
cofradías o hermandades existentes que son las que sustentan la peculiaridad de
la celebración durante semana santa en Taxco:
1.) Las
ánimas.
2.) Los
encruzados.
3.) Los
flagelantes
La primera de estas hermandades es
femenina y las dos restantes masculinas. Antes de proceder a describir cada
una, cabe señalar que tendrán en común que son organizaciones sociales cuya
adscripción implica una cierta forma de comportamiento ético visible en la
comunidad, se consideran a sí mismas serias en cuanto a que no es considerado
un juego lo que hacen y tienen implicaciones de adhesión y formación que por
más mínimas que sean marcan a los integrantes en una dinámica de “dentro y
fuera” del grupo. También las tres hermandades comparten cierto estigma que
pesa sobre quienes participan en ellas, pues al ser un acto de penitencia y
estar cubierto el rostro, el imaginario popular no deja de volar en relación a
¿qué fue lo que hicieron para purgarlo así?, remontándose en ese vuelo de la
imaginación a crímenes horribles, homicidios, prostitución, etc, cosa que es
poco sustentable, pues a la par de la penitencia, está también el favor
solicitado, o bien, el pago por el favor recibido, sin la connotación de algo
malo purgado que implica un entendimiento ortodoxo de lo que es la penitencia.
Las tres hermandades participan durante
la Semana Santa de Taxco, especialmente en lo que toca al triduo pascual
comprendido entre jueves y sábado santos.
Las
ánimas
Esta hermandad femenina realiza su
penitencia caminando por las empinadas calles empedradas de Taxco. Las ánimas,
procesionan descalzas, portando un vestido negro y cubierta la cabeza con
capucha negra. Todo el tiempo avanzan encorvadas en ángulo de 90 grados, con
pesadas cadenas amarradas en los pies, las cuales hacen un ruido intenso que
nutre la atmósfera de misticismo en las noches. En las manos portan un
crucifijo y en la cintura disciplina
de lazo con clavos. La pertenencia a esta hermandad implica un comportamiento
digno dentro de la comunidad y reuniones en las que se dan pláticas de carácter
espiritual.
Ánimas cargando sus
cadenas en los pies, encorvadas y sosteniendo una cruz. Noche del Miércoles
Santo.Taxco, Gro. Fotografía del autor.
Los
encruzados
Esta hermandad masculina realiza su
penitencia cargando un rollo de espina de zarza de aprox. 60 kilos. El rollo es
puesto tras la nuca, sobre la espalda con los brazos extendidos y amarrados en
los extremos del rollo. Portan capucha negra y sendal, con las espaldas
desnudas. La procesión dura varias horas, aparte de mencionar que conservar el
equilibrio con esa carga en las accidentadas calles de Taxco es ya un mérito.
Llevan los encruzados ayudantes que tratan de apoyarlos para que no caigan, y
cuando se hincan puedan volver a ponerse en pie. Esto es porque además de la
procesión, se realizan “guardias” en la iglesia, donde se ofrecen una, dos o
tres horas. La guardia consiste en estar hincado frente al altar con el rollo
en la espalda durante el tiempo ofrendado. La promesa de ser encruzado, implica
determinar el tiempo que se compromete el involucrado a cumplir con esta
participación. Puede ser una sola vez, por determinado número de años o de forma
permanente. Es claro que es una ofrenda, donde lo que se ofrenda es el esfuerzo
físico, el dolor y las incomodidades propias de realizar esta actividad.
Encruzado recorriendo
las calles. Taxco, Gro. Fotografía del autor.
Encruzado cargando el
rollo de zarzas. Taxco, Gro. Fotografía del autor.
Procesión de
encruzados el jueves santo al mediodía. Taxco, Gro. Fotografía del autor.
Encruzados con la Virgen de los Dolores en procesión. Viernes Santo. Taxco, Gro. Fotografía del autor.
Los
flagelantes
Esta hermandad, también masculina como
los encruzados, visten sendal negro y capucha. Van desnudos de la cintura para
arriba y se flagelan con disciplinas hechas por ellos mismos con lazo y punta
hecha con metal, hilo de algodón y clavos. Es tal vez la más aparatosa de las
hermandades pues la sangre es muy visible, ya que al avanzar en la procesión se
azotan continuamente la espalda pasando el flagelo por encima de cada hombro
una y otra vez. Aunque las heridas no son muy profundas con un solo azote, la
constancia deja profundas y estremecedoras marcas en la piel. Igual que en el
caso de las hermandades anteriores, cada involucrado decide cuántas veces se
compromete a esta ofrenda. Es muy común que los flagelantes en una procesión,
sean los encruzados de otra, entremezclándose sin problemas en las
celebraciones durante la semana.
Flagelante cargando
una cruz en la procesión del Jueves Santo en la noche. Taxco, Gro. Fotografía
del autor.
Flagelante cargando
una cruz en la procesión. Viernes santo. Taxco, Gro. Fotografía del autor.
Estas tres hermandades acompañan las
procesiones de los santos que se realizan en Taxco durante toda la semana
santa, donde las imágenes de los santos se congregan en ciertos lugares para
participar en la procesión. La gente y los penitentes se convierten en una
suerte de acompañantes de estos protagonistas de la esfera numinosa que
recorren las calles de su pueblo, se visitan y participan en la celebración de
esta semana. Destaca la procesión de los Cristos el miércoles santo en que se
coloca una escenografía del “huerto de los olivos” en el atrio de la parroquia
de Santa Prisca. Ya en la noche, sale la Procesión del templo de la Santísima
Trinidad, y la imagen de la Trinidad es acompañada por los Apóstoles, el Cristo
de los Plateros, San Judas Tadeo, Jesús El Buen Pastor, el Señor de la
Misericordia, Santa Faustina Kowalska, Santa Cecilia, el Cristo del Coro, el
Padre Jesús del exconvento de San Bernardino, entre muchas otras imágenes de
Cristos de distintas capillas del pueblo.
En este sentido, bien podemos apreciar
que las formas de devoción popular que se estilan en Taxco se vinculan con
algunos puntos del catolicismo oficial, tales como la semana santa y sus
oficios litúrgicos canónicos, además de las misas y bendiciones que son muy
valoradas, mas no todo proviene de esa instancia, pues las procesiones en sí
mismas, la actividad de los penitentes, y el trato que se le da a las imágenes
religiosas disgusta con mucha frecuencia
a los clérigos que ven en estas expresiones prácticas torcidas y
desvirtuadas –desde su punto de vista- muy lejanas de la razón teológica que
resguardan. A la par, en el pueblo, se aprecia la valoración de dichas
actividades que no importa cuánto lo critique el sacerdote, se realizan porque
deben ser realizadas, como dicta “el costumbre”, como dice la gente en sus
propias palabras: “como debe ser”. Se percibe entonces una dicotomía de un
clero que no encuentra lógica alguna en estas manifestaciones religiosas
populares, y un pueblo que no encuentra mucho sentido a la “verdadera” versión
repetida con ahínco por los ministros oficiales. Que el acto religioso popular
esté desprovisto de lógica para el clero, no implica que esté desprovisto en sí
mismo de toda lógica, simplemente indica que no pueden entender esa lógica
porque ni siquiera consideran que exista esa posibilidad fuera de su monótono
monólogo. Es, pues, una cuestión básica de reconocimiento intercultural:
aceptar la posibilidad de lo divino cifrado desde otras perspectivas
culturales, con otros símbolos y escalas de valores distintas.
La entrega gustosa del sufrimiento
provocado durante estas celebraciones nos lleva a repensar la relación de lo
divino en perspectiva con lo humano. La división entre una trascendencia lejana
espiritualizada y una inmanencia insoslayable eminentemente material reduce la
brecha que desde la teoría parecería insalvable: es necesario hacer una
apología de nuestra materialidad que no pierda de vista que la vivencia
espiritual humana, en tanto que humana es necesariamente encarnada. Una
división tajante entre los problemas de este mundo y la salvación del otro,
rompe con esa encarnación. Desde esta perspectiva, la fuerza y vigor con que se
celebran estas fiestas religiosas, que implican la visión de lo divino presente
en nuestra materialidad cotidiana, ¿no reconcilia ambos mundos constitutivos de
lo humano? Vivir es padecer, y la apuesta religiosa implícita en estos
fenómenos religiosos populares conlleva un voto por lo divino inserto en el
padecimiento rutinario, la carencia cotidiana, el sufrimiento constante. Esto
provee de sentido la vida humana, no teorizada, sino plenamente inmanente en el
estrecho espacio vital del existente.
La distinción que la religión oficial
hace entre este mundo y el otro, implica la separación del ámbito humano y el
divino, donde la divinidad se acerca a la realidad humana, pero el fin último
se concibe fuera de esta realidad. Es una visión de la trascendencia donde los
ámbitos de lo humano (terrenal, perecedero, inmanente) están muy bien
diferenciados de lo divino (celestial, eterno, trascendente). Sin
embargo desde las devociones populares, esta distinción de los ámbitos humano y
divino no opera, de hecho no existen en sí esos ámbitos, sino que se trata de
una sola realidad, ésta, la que conocemos y en la que nos movemos, donde
cohabitan el hombre, la naturaleza y los entes divinos, en una interrelación
que integra a las partes en un destino común. La separación que se aprecia
entre la festividad popular en estos pueblos y los patrones oficiales de
celebración litúrgica en la ortodoxia eclesial, nos llevan a deducir que las
motivaciones en uno y otro lado son diferentes y lo que se busca con la
celebración responde también a intereses distintos.
Tendríamos que considerar, pues, que el
espíritu subyacente en los fenómenos religiosos populares, podría
retroalimentar a la religión oficial en su espíritu desgastado reconstruyéndose
su ámbito de significación a partir del vigor y dinamismo inherentes en los
sectores que dan vida y forma a la religiosidad popular. Si el cristianismo
contemporáneo se vuelve una extraña religión desacralizada (por el desgaste en
su concepción de lo divino y su consecuente vacuidad de sentido de Dios y lo
religioso) ¿no podría re-sacralizarse en una retroalimentación de la vivencia
de lo sagrado desde otras coordenadas culturales otrora despreciadas y
minusvaloradas?