RELIGIOSIDAD POPULAR EN MEXICO


Las comunidades rurales de ascendencia indígena en México, son herederas de un importante bagaje cultural y religioso de originalidad mesoamericana. En su devenir histórico, a partir de la conquista y colonización, tuvieron que integrar muchos elementos novedosos provenientes de otros contextos culturales y religiosos. En ese proceso, dichas comunidades, lejos de acatar sumisamente los nuevos parámetros impuestos por el grupo hegemónico, activa y creativamente han reformulado y resignificado esos nuevos símbolos, de tal manera que el sincretismo resultante reúne en una nueva vivencia cultural las procedencias, tanto de uno como de otro lado.
Se trata de una forma de entender los fenómenos religiosos sincréticos en México, donde no se aniquila la diversidad inherente al proceso de conformación social de los diferentes rituales. En este sentido es la "Otra historia", la que se origina fuera del centro, lejos del púlpito, en la intimidad de los pueblos, barrios y colonias frente a la dureza de su vida particular y los avatares para abrirse paso en ella. En ese proceso, lo divino se materializa, necesariamente se encarna y se particulariza desde el horizonte cultural local. Esta aproximación implica una cierta apertura a pensar a Dios desde otros horizontes culturales, i.e., re-pensar lo divino desde otras coordenadas culturales.

lunes, 10 de noviembre de 2014

BIENAL TEOLÓGICA 2014

ESTE DÍA DE ACTIVIDADES DE LA BIENAL PUEDE VERSE EN VIDEO EN:
http://www.youtube.com/watch?v=OE5IqfTsnBw


 
 
Ponencia Bienal Teológica 2014.

XI Coloquio de la UITCAM

“Pueblo de Dios: Nuevos rostros, lenguajes y urgencias.

A cincuenta años de Lumen Gentium”.

22 de octubre de 2014.

Universidad Intercontinental.

 

Reconfiguración posmoderna de lo social y sus implicaciones en el entendimiento de Dios y la Iglesia

 

Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes

Universidad Intercontinental

 

En la posmodernidad, la religión está de nuevo en escena, a franco contrapelo de las tendencias modernas que hasta mediados del siglo pasado habían pretendido el total aniquilamiento de este Opio del pueblo, o mal de conciencia, negativo, pero necesario hasta cierto punto. No es el caso en nuestros días, hoy por hoy en el contexto contemporáneo ha cobrado particular importancia la religión y el reconocimiento del lugar que ésta ocupa en la sociedad, a pesar del intento secularizador moderno que pretendió desplazarla o confinarla al ámbito meramente privado, y frente al cual la religión nunca dejó de tener presencia social con funciones específicas en medio del mundo Occidental. En contraposición a las tendencias filosóficas del s. XX que pretendieran que solamente lo susceptible de ser verificado y corroborado era lo único digno de ser pensado, se ve una tendencia generalizada de restauración del ser humano que se recupera del olvido de lo sagrado.  La racionalidad exclusivamente lógica, fría, calculadora y verificable, cedió paso a otro tipo de racionalidad preñada de sentimiento y simbolismo. En este sentido, hay una mayor apertura a las distintas procedencias de lo sagrado, pues lo numinoso –ahora- no se circunscribe a lo institucional de tal o cual religión en específico, sino que se ha vaporizado y flota en un ambiente sumamente amigable con la idea de lo sagrado y trascendente, pero sin especificarlo.

            Así pues, es un retorno a lo sagrado y el misterio, en esa ambigüedad, sin tal o cual adscripción institucional, o al menos, de compromiso de vida a largo plazo. En este sentido, bien apunta Lluís Duch:

 

La actual “crisis de Dios” resulta tanto más difícil de analizar e interpretar por cuanto ha irrumpido en una atmósfera religiosa muy distendida, en medio de un “retorno de lo religioso” sumamente amigable o como señala Metz, en “una época de religión sin Dios cuyo lema podría ser: religión sí, Dios no […] Al contrario de lo que sucedía hace sólo unas pocas décadas, “lo religioso”, con su manifiesta y profunda ambigüedad, se halla diseminado en nuestra sociedad con mil rostros y manifestaciones. Con relativa facilidad, puede observarse en ella –tan secularizada, según la opinión de muchos- una notable expansión de una religiosidad invisible o difusa que prescinde de las mediaciones de las instituciones religiosas especializadas, que antaño fueron los únicos intermediarios reconocidos entre Dios y los hombres. Por eso creemos que lo que ahora realmente está en crisis es el Dios cristiano. […] Se busca con ahínco, al margen de Dios o, al menos, al margen del Dios de la tradición judeocristiana, una religión “a la carta” cuyo destinatario último es el mismo ser humano, sus estados emocionales, su afán descontrolado e impaciente de vivencias, su inapetencia social. Sin exagerar, podría decirse que la orden de Yavé a Abraham: “Vete de tu casa, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12, 1), para muchos, se ha transformado en esta otra: “¡Vete a tu interior, desciende hasta las profundidades de tu mismidad y no te preocupes de nada más!”. (Lluís Duch 2007: 21-22).

 

Ya algunos teólogos como José María Mardones (Cfr. 1988, 1991, 1999) y Luis de Carbajal (Cfr. 1989, 1993 a y b) insisten que en el actual entorno globalizado de corte eminentemente posmoderno, la religión cristiana se encuentra sumergida en una crisis sin precedentes que la estructura institucional no parece ser capaz de afrontar bajo los lineamientos tradicionales, precisamente por estar en crisis la figura de la institución, la autoridad y la tradición, no solamente en el ámbito eclesiástico, sino en todos los ámbitos de la cultura Occidental.

No está de más iniciar recalcando esto, pues en el actual contexto contemporáneo, la crisis generalizada que se vive en todos los ámbitos de la cultura occidental, trastoca profundamente los cimientos y postulados básicos sobre los cuales erigíamos –como occidentales- nuestro “mundo”. En este sentido, y en relación profunda con el tema propuesto para la reflexión que nos congrega, tenemos que considerar que la actual crisis de la Iglesia, no está aislada del contexto cultural global, y en muchos sentidos, valdría la pena considerar qué tanto de esa crisis es por ser Iglesia y qué tanto es por ser una Institución de cuño occidental. El oleaje de esta crisis no proviene del interior de la institución eclesiástica, sino que se mueve sobre este oleaje a la par que las demás instituciones culturales del occidente moderno en medio de corrientes que alejan cada vez más de los fundamentos de la modernidad.

En la misma línea de pensamiento está el ya citado Lluís Duch, quien - como monje benedictino, pero también como antropólogo- realiza una fuerte crítica –desde adentro- a la Iglesia en su configuración actual, pues sostiene que Dios, dentro del cristianismo, se ha convertido en un extraño en su propia casa, el anuncio nitzcheano de Dios ha muerto, se ha convertido en algo real y cotidiano, un Dios muerto que murió porque lo matamos, mediante el robo de su trascendencia, al inmanentizarlo en conceptos y argumentos sólidos, lógicos, coherentes y convincentes que lo despojaron de todo carácter personal, dejándolo desnudo de todo sentido y flotando su cadáver en el mar del absurdo y el vacío.

Este autor, acuña dos términos cruciales para exponer su pensamiento al respecto:

1.)  El Trayecto Biográfico

2.)  La Eclestización del Cristianismo

En relación al primero se trata de un eminente personalismo en la relación con lo sagrado. No son posibles las universalizaciones descontextualizadas del individuo concreto, real, sufriente, sintiente, pasional y materialmente necesitado que en su propia historia concreta se configura de una forma no masificada. En relación con el segundo término, la “eclestización del cristianismo” se refiere a la reducción de lo cristiano y del mundo de Dios a los intereses de la Iglesia. Una iglesia que deja de ser mediadora para convertirse en el punto de llegada, como meta en sí misma, aniquila el espíritu de apertura propio del cristianismo, no como ideología, sino como camino de vida que articula lo humano y lo divino de forma indisociable (Cfr. Bech, Hernández y Arllette 2012).

Los autores mencionados–desde el seno de la iglesia y la teología- critican fuertemente la identidad católica contemporánea, porque se ha quedado enana frente a la realidad desbordantemente nueva que afrontamos. Dice Duch, retomando a Giuseppe Ruggieri[1]:

 

La hipótesis que sustenta un discurso verosímil sobre la extrañeza de Dios en su Iglesia es que no sólo por parte de algunos pensadores, sino como componente de la conciencia general, ha madurado una representación de las relaciones humanas que se fundamenta en otra valoración de la alteridad sexual, cultural, religiosa, etc. Esa nueva valoración hace posible, por un lado, una comprensión más profunda del Dios de Jesucristo y, por el otro, pone al descubierto una insuficiencia “jurídico-teológica” de la comprensión que tiene la Iglesia de sus relaciones con el otro. Es esta insuficiencia jurídico-teológica de la Iglesia en sus relaciones con el otro la que provoca la extrañeza de Dios. Dios, sin embargo, conserva “su” derecho. (Citado por Duch 2007:91)

 

Estas palabras son tremendamente cercanas a lo que –desde su judaísmo- expresara Emmanual Levinas: “es preciso que exista relación con la trascendencia como tal. La relación no ha de echar a perder lo que la Trascendencia tiene de extraña, pues la extrañeza pertenece a su Majestad” (Levinas 2006: 56). Estas palabras llaman la atención (desde esta perspectiva teórica) sobre la necesidad de romper con la relación epistemológica-instrumental en el ámbito de las relaciones intersubjetivas, ya que una relación sujeto-objeto, implica la noción de pasividad y actividad en la relación, donde el sujeto acaba por objetivarse perdiendo lo que lo define metafísicamente: su trascendencia. Si el ser humano es un sujeto con cuya conciencia inicia el mundo, al estilo cartesiano y sucesivas interpretaciones modernas, la luz de esa conciencia cernida sobre lo existente sería el único parámetro posible de relación con eso existente. Así, el avasallamiento ejercido del sujeto sobre el objeto de su conciencia cierra un círculo de dominio tejido sobre la propia identidad, un espejo donde sólo se acepta el reflejo de lo propio, inmanente y conocido, desechando por tanto, lo ajeno, desconocido y trascendente.

La excelencia de ese espíritu no se da en el encierro, sino en la apertura, la cual no es un movimiento proveniente de la propia conciencia del sí mismo, sino una epifanía del otro rostro

Desde una perspectiva religiosa, el cristianismo centrado en la intolerancia occidental y sus absolutos incuestionables, se yergue como una extraña religión desacralizada y desacralizante, pues pareciera arremeter con todo contra toda expresión religiosa “extraña”, foránea (del Occidente), y por ende juzgada como desviada, incompleta, en minoría de edad respecto a lo propio, a priori valuado como lo Bueno y Verdadero absolutos. Pero a la vez, cuando ya ha hecho añicos las otras visiones de lo divino, solamente puede presentar el cascarón vacío de una compleja maraña de argumentos sólidos, coherentes, lógicos, ontológicos y epistemológicos de una idea de Dios que perdió su esencia: es la historia de una trascendencia robada, que una vez secuestrada se esfuma. La inmanencia acaba con la trascendencia. La única forma de que la Trascendencia se preserve es que siga siendo extraña. El secuestro de Dios en los límites de la inmanencia de la conciencia cognoscente, acaba con el sentido mismo de Dios.

En una perspectiva ética, este secuestro y “teocidio”, implican el encumbramiento de un modelo de relación intersubjetiva donde la única posibilidad es la relación sujeto-objeto, que más temprano que tarde llevará a la dinámica del amo y el esclavo. En este sentido, ¿no le urgiría al cristianismo repensarse más a la sombra de la experiencia humana sedienta de significado (precisamente en un mundo cada vez más in-significante) y menos al cobijo del dogma, el canon y la jerarquía?

En este orden de ideas, recordemos lo expresado por Albert Camus en un coloquio con dominicos de París en 1948[2]:

 

Sigo luchando contra este universo en que unos niños sufren y mueren. ¿Y por qué no lo voy a decir aquí igual que lo he escrito en otras partes? Yo he esperado durante largo tiempo en estos horribles años que se elevase una voz desde Roma. ¿Yo, un incrédulo? Precisamente. Pues yo sabía que el espíritu se perdería si no lanzaba su grito de condena ante la fuerza. Parece que esa voz se ha elevado. Pero yo os juro que millones de hombres como yo no la hemos oído y que había entonces en todos los corazones, creyentes o no creyentes, una soledad que no ha dejado de extenderse a medida que pasaban los días y se multiplicaban los verdugos […] Lo que el mundo espera de los católicos es que los católicos hablen, con voz alta y clara, y que hagan su condenación de tal manera que la duda, jamás una sola duda, pueda levantarse en el corazón del hombre más sencillo. Lo que el mundo espera es que salgan de la abstracción y que se pongan frente al rostro ensangrentado que ha tomado la historia de hoy. (Citado por Duch 2007: 450).

 

En la misma línea, retomo las siguientes palabras de una carta que dirige Lev Tolstói a Mahatma Gandhi en 1910:

Toda la vida de los pueblos cristianos es una constante contradicción entre aquello que predican y aquello sobre lo que construyen su vida: una contradicción entre el amor aceptado como ley de vida y la violencia considerada incluso indispensable en ciertos casos, […] Esta contradicción fue creciendo a la par que se desarrollaban los pueblos del universo cristiano y en los últimos tiempos ha alcanzado su punto culminante. (Citado por: Báez-Jorge 2011: 11).

 

Desde esta perspectiva, si Dios se hizo hombre y estableció su morada entre nosotros, para los cristianos implica existencialmente una ineludible responsabilidad ética, pues se trata entonces de una forma divina de ser humano, porque lo humano es divino y lo divino es Trascendente (intocable en su dignidad, inviolable en la entereza de su ser, inalcanzable en su singularidad plena). Esto no puede ser propuesto como una mera abstracción, es responsabilidad real en el aquí y el ahora, una responsabilidad que rebasa con mucho la mera adscripción nominal a un credo que en sus formas, expresiones y normas, resulta cada vez más caduco en tanto que incapaz de establecer un diálogo realmente significante con el hombre contemporáneo. Abrirse, más allá de la retórica, a la gran diversidad de experiencias humanas con sus formas concretas de ser humano se prevé como la única posibilidad de terminar con un “diálogo” de sordos y mudos en la tradición cristiana occidental. Lo que está en juego es el sentido mismo de lo humano.

El caldo de cultivo donde se desarrolla el hombre actual es la apatía social posmoderna contemporánea, su sed insaciable de trascendencia exclusivamente individual, en total inapetencia por cualquier tipo de compromiso social o proyecto a largo plazo que arranque al individuo solipsista de la gratificación inmediata.

Desde la articulación de ideas expuestas en este aporte, podríamos considerar como colofón que el espíritu subyacente en los fenómenos religiosos populares, podría retroalimentar a la religión oficial en su espíritu desgastado –al parecer de muchos como se indicó anteriormente- reconstruyéndose su ámbito de significación a partir del vigor y dinamismo inherentes en los sectores que dan vida y forma a la religiosidad popular. Si el cristianismo contemporáneo se vuelve una extraña religión desacralizada (por el desgaste en su concepción de lo divino y su consecuente vacuidad de sentido de Dios y lo religioso) ¿no podría re-sacralizarse en una retroalimentación de la vivencia de lo sagrado desde otras coordenadas culturales otrora despreciadas y minusvaloradas?

Al fin y al cabo, pareciera que sobrevivir en ese mundo desmitificado propuesto por la Modernidad no fue lo que esperábamos. Pareciera como si vivir en un mundo sin profetas ni dioses[3] fuera demasiado para nuestra condición antropológica y preferimos –como tendencia Occidental contemporánea- retornar a una cierta religación con lo sagrado, aunque ya no se use el nombre propio: Dios. Urgió, en un momento dado, y –siguiendo a Kierkegaard- tener un asidero en la intemperie del naufragio, algo que me arraigue y me sostenga cuando el mundo entero se derrumbe, aún cuando ese “algo” no esté en mí, es decir, sea Trascendente, misterioso, inalcanzable, pero igual me salva… ¿y si eso no se mediatiza por la razón y sus mecanismos? No importa, de todas formas salva. Los que degustamos el fruto de la Ciencia, olvidamos pensar simbólicamente. Ese pensar simbólico es lo que retorna ahora y se convierte en un puente entre lo humano y lo Trascendente como tal. Caemos en cuenta que todos los seres humanos –en virtud de su humanidad- buscan religarse y la razón humana resulta radicalmente insuficiente para religarse con lo sagrado.

Esto, aunado a la realidad que el hombre concreto vive en los complejos contextos sociales globalizados contemporáneos –prioritariamente urbanos-, donde la cuestión de la pertenencia social se complica en extremo debido al sinnúmero de nichos sociales que quedan albergados en un territorio compartido como espacio físico, mas no como un espacio de significado común, sino muy por el contrario, como espacio contraído que se convierte en campo de batalla por la sobrevivencia. El mundo deja de ser espacio de encuentro, los rostros se desdibujan y el otro se convierte, más que en prójimo, en un competidor siempre amenazante y retador del que conviene cuidarse, alejándose y permaneciendo en el anonimato como una trinchera defensiva.

Todo esto se resume en soledad… y ¿no le es intrínseco a la Iglesia su vocación primeramente de Ecclesia? ¿No podría encontrar en ella el elemento a ofrecer al hombre contemporáneo en medio de su vacío? Y más aún, la posibilidad también de recuperar su presencia social significativa, que se ha visto socavada en época reciente.

 


Referencias bibliográficas

 

Bech, Julio Amador; Hernández, Quintero; Arllette, Jennie, “La humanidad de lo

humano. Aproximaciones a la antropología de Lluís Duch”, en: Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, México, UNAM, vol. LVII, núm. 216, pp. 25-40.

 

Báez-Jorge, Félix, Debates en torno a lo sagrado, Universidad Veracruzana,

                        Xalapa, 2011.

¿Quiénes son aquí los dioses verdaderos?, Universidad Veracruzana, Xalapa, 2013.

 

Duch, Lluís, Un extraño en nuestra casa, Herder, Barcelona, 2007.

 

González-Carvajal, Luis, Esta es nuestra fe: teología para universitarios, Sal

                        Terrae, Santander, 1989.

  Ideas y creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander, 1993. Evangelizar en un mundo postcristiano, Sal Terrae, Santander, 1993.

 

Levinas, Emmanuel,  Trascendencia e inteligibilidad, Ediciones Encuentro, Madrid,

 2006.

 

Mardones, José María, Posmodernidad y cristianismo: el desafío del fragmento,

Sal Terrae, Santander, 1988.

Posmodernidad y neoconservadurismo: Reflexiones sobre la fe y la cultura, Verbo Divino, Navarra, 1991.

Nueva Espiritualidad: sociedad moderna y cristianismo, Universidad Iberoamericana-ITESO, “Cuadernos fe y Cultura” num. 11, México, 1999.

 



[1] La referencia que retoma Dutch de Ruggieri se refiere a: G. Ruggieri, “Gott-ein Fremder in der Kirche?”, en P. Hünermann (ed.), Gott-ein Fremder in unserent Haus? Die Zukunft des Glaubensin Europa, Friburgo-Basilea-Viena, Herder, 1996, pp. 149-170. El párrafo aquí referido se encuentra específicamente en la p. 152.
[2] Albert Camus, “El incrédulo y los cristianos”, en: Obras Completas, t. II, Aguilar, México, 1973, pp. 359-360.
[3] Esta idea parte de lo expresado por la Dra. Marina Dimitrievna Okolova en la Universidad Intercontinental, al presentar el libro de Jorge Luis Ortiz Rivera: “Simbolismo religioso valentiniano: El Arquetipo de la Divinidad como coniuctio oppositorum”, el 7 de marzo de 2013.