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Ponencia Bienal
Teológica 2014.
XI
Coloquio de la UITCAM
“Pueblo de
Dios: Nuevos rostros, lenguajes y urgencias.
A
cincuenta años de Lumen Gentium”.
22 de
octubre de 2014.
Universidad
Intercontinental.
Reconfiguración
posmoderna de lo social y sus implicaciones en el entendimiento de Dios y la
Iglesia
Ramiro
Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
Universidad
Intercontinental
En la posmodernidad, la religión está de
nuevo en escena, a franco contrapelo de las tendencias modernas que hasta
mediados del siglo pasado habían pretendido el total aniquilamiento de este Opio del pueblo, o mal de conciencia, negativo, pero necesario hasta cierto punto. No
es el caso en nuestros días, hoy por hoy en el contexto contemporáneo ha
cobrado particular importancia la religión y el reconocimiento del lugar que
ésta ocupa en la sociedad, a pesar del intento secularizador moderno que
pretendió desplazarla o confinarla al ámbito meramente privado, y frente al
cual la religión nunca dejó de tener presencia social con funciones específicas
en medio del mundo Occidental. En contraposición a las tendencias filosóficas
del s. XX que pretendieran que solamente lo susceptible de ser verificado y
corroborado era lo único digno de ser pensado, se ve una tendencia generalizada
de restauración del ser humano que se recupera del olvido de lo sagrado. La
racionalidad exclusivamente lógica, fría, calculadora y verificable, cedió paso
a otro tipo de racionalidad preñada de sentimiento y simbolismo. En este
sentido, hay una mayor apertura a las distintas procedencias de lo sagrado,
pues lo numinoso –ahora- no se circunscribe a lo institucional de tal o cual
religión en específico, sino que se ha vaporizado y flota en un ambiente
sumamente amigable con la idea de lo sagrado y trascendente, pero sin especificarlo.
Así
pues, es un retorno a lo sagrado y el misterio, en esa ambigüedad, sin tal o
cual adscripción institucional, o al menos, de compromiso de vida a largo
plazo. En este sentido, bien apunta Lluís Duch:
La actual “crisis de Dios” resulta tanto
más difícil de analizar e interpretar por cuanto ha irrumpido en una atmósfera
religiosa muy distendida, en medio de un “retorno de lo religioso” sumamente
amigable o como señala Metz, en “una época de religión sin Dios cuyo lema
podría ser: religión sí, Dios no […] Al contrario de lo que sucedía hace sólo
unas pocas décadas, “lo religioso”, con su manifiesta y profunda ambigüedad, se
halla diseminado en nuestra sociedad con mil rostros y manifestaciones. Con
relativa facilidad, puede observarse en ella –tan secularizada, según la
opinión de muchos- una notable expansión de una religiosidad invisible o difusa que prescinde de las mediaciones de las instituciones
religiosas especializadas, que antaño fueron los únicos intermediarios
reconocidos entre Dios y los hombres. Por eso creemos que lo que ahora realmente está en crisis es el Dios cristiano. […] Se
busca con ahínco, al margen de Dios o, al menos, al margen del Dios de la
tradición judeocristiana, una religión “a la carta” cuyo destinatario último es
el mismo ser humano, sus estados emocionales, su afán descontrolado e
impaciente de vivencias, su inapetencia social. Sin exagerar, podría decirse
que la orden de Yavé a Abraham: “Vete de tu casa, de tu parentela y de la casa
de tu padre, a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12, 1), para muchos, se ha
transformado en esta otra: “¡Vete a tu interior, desciende hasta las
profundidades de tu mismidad y no te preocupes de nada más!”. (Lluís Duch 2007:
21-22).
Ya algunos teólogos como
José María Mardones (Cfr. 1988, 1991,
1999) y Luis de Carbajal (Cfr. 1989,
1993 a y b) insisten que en el actual entorno globalizado de corte
eminentemente posmoderno, la religión cristiana se encuentra sumergida en una
crisis sin precedentes que la estructura institucional no parece ser capaz de
afrontar bajo los lineamientos tradicionales, precisamente por estar en crisis
la figura de la institución, la autoridad y la tradición, no solamente en el
ámbito eclesiástico, sino en todos los ámbitos de la cultura Occidental.
No está de más iniciar
recalcando esto, pues en el actual contexto contemporáneo, la crisis
generalizada que se vive en todos los ámbitos de la cultura occidental,
trastoca profundamente los cimientos y postulados básicos sobre los cuales
erigíamos –como occidentales- nuestro “mundo”. En este sentido, y en relación
profunda con el tema propuesto para la reflexión que nos congrega, tenemos que
considerar que la actual crisis de la Iglesia, no está aislada del contexto
cultural global, y en muchos sentidos, valdría la pena considerar qué tanto de
esa crisis es por ser Iglesia y qué tanto es por ser una Institución de cuño
occidental. El oleaje de esta crisis no proviene del interior de la institución
eclesiástica, sino que se mueve sobre este oleaje a la par que las demás
instituciones culturales del occidente moderno en medio de corrientes que
alejan cada vez más de los fundamentos de la modernidad.
En la misma línea de
pensamiento está el ya citado Lluís Duch, quien - como monje benedictino, pero
también como antropólogo- realiza una fuerte crítica –desde adentro- a la
Iglesia en su configuración actual, pues sostiene que Dios, dentro del
cristianismo, se ha convertido en un extraño en su propia casa, el anuncio
nitzcheano de Dios ha muerto, se ha
convertido en algo real y cotidiano, un Dios muerto que murió porque lo
matamos, mediante el robo de su trascendencia, al inmanentizarlo en conceptos y
argumentos sólidos, lógicos, coherentes y convincentes que lo despojaron de
todo carácter personal, dejándolo desnudo de todo sentido y flotando su cadáver
en el mar del absurdo y el vacío.
Este autor, acuña dos
términos cruciales para exponer su pensamiento al respecto:
1.) El Trayecto Biográfico
2.) La Eclestización del Cristianismo
En relación al primero se
trata de un eminente personalismo en la relación con lo sagrado. No son
posibles las universalizaciones descontextualizadas del individuo concreto,
real, sufriente, sintiente, pasional y materialmente necesitado que en su
propia historia concreta se configura de una forma no masificada. En relación
con el segundo término, la “eclestización del cristianismo” se refiere a la
reducción de lo cristiano y del mundo de Dios a los intereses de la Iglesia.
Una iglesia que deja de ser mediadora para convertirse en el punto de llegada,
como meta en sí misma, aniquila el espíritu de apertura propio del
cristianismo, no como ideología, sino como camino de vida que articula lo
humano y lo divino de forma indisociable (Cfr.
Bech, Hernández y Arllette 2012).
Los autores mencionados–desde
el seno de la iglesia y la teología- critican fuertemente la identidad católica
contemporánea, porque se ha quedado enana frente a la realidad desbordantemente
nueva que afrontamos. Dice Duch, retomando a Giuseppe Ruggieri[1]:
La hipótesis
que sustenta un discurso verosímil sobre la extrañeza de Dios en su Iglesia es
que no sólo por parte de algunos pensadores, sino como componente de la
conciencia general, ha madurado una representación de las relaciones humanas
que se fundamenta en otra valoración de la alteridad sexual, cultural,
religiosa, etc. Esa nueva valoración hace posible, por un lado, una comprensión
más profunda del Dios de Jesucristo y, por el otro, pone al descubierto una
insuficiencia “jurídico-teológica” de la comprensión que tiene la Iglesia de
sus relaciones con el otro. Es esta insuficiencia jurídico-teológica de la
Iglesia en sus relaciones con el otro la que provoca la extrañeza de Dios.
Dios, sin embargo, conserva “su” derecho. (Citado
por Duch 2007:91)
Estas palabras son
tremendamente cercanas a lo que –desde su judaísmo- expresara Emmanual Levinas:
“es preciso que exista relación con la trascendencia como tal. La relación no ha de echar a perder lo que la
Trascendencia tiene de extraña, pues la extrañeza pertenece a su Majestad”
(Levinas 2006: 56). Estas palabras llaman la atención (desde esta perspectiva
teórica) sobre la necesidad de romper con la relación
epistemológica-instrumental en el ámbito de las relaciones intersubjetivas, ya
que una relación sujeto-objeto, implica la noción de pasividad y actividad en
la relación, donde el sujeto acaba por objetivarse perdiendo lo que lo define
metafísicamente: su trascendencia. Si el ser humano es un sujeto con cuya
conciencia inicia el mundo, al estilo cartesiano y sucesivas interpretaciones
modernas, la luz de esa conciencia cernida sobre lo existente sería el único
parámetro posible de relación con eso existente. Así, el avasallamiento
ejercido del sujeto sobre el objeto de su conciencia cierra un círculo de
dominio tejido sobre la propia identidad, un espejo donde sólo se acepta el
reflejo de lo propio, inmanente y conocido, desechando por tanto, lo ajeno,
desconocido y trascendente.
La excelencia de ese
espíritu no se da en el encierro, sino en la apertura, la cual no es un
movimiento proveniente de la propia conciencia del sí mismo, sino una epifanía
del otro rostro
Desde una perspectiva
religiosa, el cristianismo centrado en la intolerancia occidental y sus
absolutos incuestionables, se yergue como una extraña religión desacralizada y
desacralizante, pues pareciera arremeter con todo contra toda expresión
religiosa “extraña”, foránea (del Occidente), y por ende juzgada como desviada,
incompleta, en minoría de edad respecto a lo propio, a priori valuado como lo Bueno y Verdadero absolutos. Pero a la vez,
cuando ya ha hecho añicos las otras visiones de lo divino, solamente puede
presentar el cascarón vacío de una compleja maraña de argumentos sólidos,
coherentes, lógicos, ontológicos y epistemológicos de una idea de Dios que
perdió su esencia: es la historia de una trascendencia robada, que una vez
secuestrada se esfuma. La inmanencia acaba con la trascendencia. La única forma
de que la Trascendencia se preserve es que siga siendo extraña. El secuestro de
Dios en los límites de la inmanencia de la conciencia cognoscente, acaba con el
sentido mismo de Dios.
En una perspectiva ética,
este secuestro y “teocidio”, implican el encumbramiento de un modelo de
relación intersubjetiva donde la única posibilidad es la relación
sujeto-objeto, que más temprano que tarde llevará a la dinámica del amo y el
esclavo. En este sentido, ¿no le urgiría al cristianismo repensarse más a la
sombra de la experiencia humana sedienta de significado (precisamente en un
mundo cada vez más in-significante) y menos al cobijo del dogma, el canon y la
jerarquía?
En este orden de ideas, recordemos
lo expresado por Albert Camus en un coloquio con dominicos de París en 1948[2]:
Sigo luchando contra este universo en
que unos niños sufren y mueren. ¿Y por qué no lo voy a decir aquí igual que lo he
escrito en otras partes? Yo he esperado durante largo tiempo en estos horribles
años que se elevase una voz desde Roma. ¿Yo, un incrédulo? Precisamente. Pues
yo sabía que el espíritu se perdería si no lanzaba su grito de condena ante la
fuerza. Parece que esa voz se ha elevado. Pero yo os juro que millones de
hombres como yo no la hemos oído y que había entonces en todos los corazones,
creyentes o no creyentes, una soledad que no ha dejado de extenderse a medida
que pasaban los días y se multiplicaban los verdugos […] Lo que el mundo espera
de los católicos es que los católicos hablen, con voz alta y clara, y que hagan
su condenación de tal manera que la duda, jamás una sola duda, pueda levantarse
en el corazón del hombre más sencillo. Lo que el mundo espera es que salgan de
la abstracción y que se pongan frente al rostro ensangrentado que ha tomado la
historia de hoy. (Citado por Duch 2007:
450).
En
la misma línea, retomo las siguientes palabras de una carta que dirige Lev
Tolstói a Mahatma Gandhi en 1910:
Toda la
vida de los pueblos cristianos es una constante contradicción entre aquello que
predican y aquello sobre lo que construyen su vida: una contradicción entre el
amor aceptado como ley de vida y la violencia considerada incluso indispensable
en ciertos casos, […] Esta contradicción fue creciendo a la par que se
desarrollaban los pueblos del universo cristiano y en los últimos tiempos ha
alcanzado su punto culminante. (Citado por: Báez-Jorge 2011: 11).
Desde esta perspectiva, si
Dios se hizo hombre y estableció su morada entre nosotros, para los cristianos
implica existencialmente una ineludible responsabilidad ética, pues se trata
entonces de una forma divina de ser humano, porque lo humano es divino y lo
divino es Trascendente (intocable en su dignidad, inviolable en la entereza de
su ser, inalcanzable en su singularidad plena). Esto no puede ser propuesto
como una mera abstracción, es responsabilidad real en el aquí y el ahora, una
responsabilidad que rebasa con mucho la mera adscripción nominal a un credo que
en sus formas, expresiones y normas, resulta cada vez más caduco en tanto que
incapaz de establecer un diálogo realmente significante con el hombre
contemporáneo. Abrirse, más allá de la retórica, a la gran diversidad de
experiencias humanas con sus formas concretas de ser humano se prevé como la única posibilidad de terminar con un
“diálogo” de sordos y mudos en la tradición cristiana occidental. Lo que está
en juego es el sentido mismo de lo humano.
El
caldo de cultivo donde se desarrolla el hombre actual es la apatía social
posmoderna contemporánea, su sed insaciable de trascendencia exclusivamente
individual, en total inapetencia por cualquier tipo de compromiso social o
proyecto a largo plazo que arranque al individuo solipsista de la gratificación
inmediata.
Desde la articulación de ideas expuestas en
este aporte, podríamos considerar como colofón que el espíritu subyacente en
los fenómenos religiosos populares, podría retroalimentar a la religión oficial
en su espíritu desgastado –al parecer de muchos como se indicó anteriormente-
reconstruyéndose su ámbito de significación a partir del vigor y dinamismo
inherentes en los sectores que dan vida y forma a la religiosidad popular. Si
el cristianismo contemporáneo se vuelve una extraña religión desacralizada (por
el desgaste en su concepción de lo divino y su consecuente vacuidad de sentido
de Dios y lo religioso) ¿no podría re-sacralizarse en una retroalimentación de
la vivencia de lo sagrado desde otras coordenadas culturales otrora despreciadas
y minusvaloradas?
Al fin y al cabo, pareciera que sobrevivir en ese mundo
desmitificado propuesto por la Modernidad no fue lo que esperábamos. Pareciera
como si vivir en un mundo sin profetas ni dioses[3]
fuera demasiado para nuestra condición antropológica y preferimos –como
tendencia Occidental contemporánea- retornar a una cierta religación con lo
sagrado, aunque ya no se use el nombre propio: Dios. Urgió, en un momento dado, y –siguiendo a Kierkegaard- tener
un asidero en la intemperie del naufragio, algo que me arraigue y me sostenga
cuando el mundo entero se derrumbe, aún cuando ese “algo” no esté en mí, es
decir, sea Trascendente, misterioso, inalcanzable, pero igual me salva… ¿y si
eso no se mediatiza por la razón y sus mecanismos? No importa, de todas formas
salva. Los que degustamos el fruto de la Ciencia, olvidamos pensar
simbólicamente. Ese pensar simbólico es lo que retorna ahora y se convierte en
un puente entre lo humano y lo Trascendente como tal. Caemos en cuenta que
todos los seres humanos –en virtud de su humanidad- buscan religarse y la razón
humana resulta radicalmente insuficiente para religarse con lo sagrado.
Esto, aunado a la realidad
que el hombre concreto vive en los complejos contextos sociales globalizados
contemporáneos –prioritariamente urbanos-, donde la cuestión de la pertenencia social
se complica en extremo debido al sinnúmero de nichos sociales que quedan
albergados en un territorio compartido como espacio físico, mas no como un
espacio de significado común, sino muy por el contrario, como espacio contraído
que se convierte en campo de batalla por la sobrevivencia. El mundo deja de ser
espacio de encuentro, los rostros se desdibujan y el otro se convierte, más que
en prójimo, en un competidor siempre amenazante y retador del que conviene
cuidarse, alejándose y permaneciendo en el anonimato como una trinchera
defensiva.
Todo esto se resume en
soledad… y ¿no le es intrínseco a la Iglesia su vocación primeramente de Ecclesia? ¿No podría encontrar en ella
el elemento a ofrecer al hombre contemporáneo en medio de su vacío? Y más aún,
la posibilidad también de recuperar su presencia social significativa, que se
ha visto socavada en época reciente.
Referencias
bibliográficas
Bech,
Julio Amador; Hernández, Quintero; Arllette, Jennie, “La humanidad de lo
humano.
Aproximaciones a la antropología de Lluís Duch”, en: Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, México, UNAM,
vol. LVII, núm. 216, pp. 25-40.
Báez-Jorge, Félix, Debates en torno a lo sagrado,
Universidad Veracruzana,
Xalapa, 2011.
¿Quiénes son aquí los dioses verdaderos?,
Universidad Veracruzana, Xalapa, 2013.
Duch, Lluís, Un extraño en nuestra casa, Herder,
Barcelona, 2007.
González-Carvajal,
Luis, Esta es nuestra fe: teología
para universitarios, Sal
Terrae, Santander, 1989.
Ideas y
creencias del hombre actual, Sal Terrae, Santander, 1993. Evangelizar en un mundo postcristiano,
Sal Terrae, Santander, 1993.
Levinas, Emmanuel, Trascendencia
e inteligibilidad, Ediciones Encuentro, Madrid,
2006.
Mardones,
José María, Posmodernidad
y cristianismo: el desafío del fragmento,
Sal Terrae, Santander, 1988.
Posmodernidad y neoconservadurismo:
Reflexiones sobre la fe y la cultura, Verbo Divino, Navarra,
1991.
Nueva Espiritualidad: sociedad moderna y
cristianismo, Universidad Iberoamericana-ITESO, “Cuadernos
fe y Cultura” num. 11, México, 1999.
[1] La
referencia que retoma Dutch de Ruggieri se refiere a: G. Ruggieri, “Gott-ein
Fremder in der Kirche?”, en P. Hünermann (ed.), Gott-ein Fremder in unserent Haus? Die Zukunft des Glaubensin Europa,
Friburgo-Basilea-Viena, Herder, 1996, pp. 149-170. El párrafo aquí referido se
encuentra específicamente en la p. 152.
[2]
Albert Camus, “El incrédulo y los cristianos”, en: Obras Completas, t. II, Aguilar, México, 1973, pp. 359-360.
[3]
Esta idea parte de lo expresado por la Dra. Marina Dimitrievna Okolova en la
Universidad Intercontinental, al presentar el libro de Jorge Luis Ortiz Rivera:
“Simbolismo religioso valentiniano: El Arquetipo de la Divinidad como coniuctio oppositorum”, el 7 de marzo de
2013.