RELIGIOSIDAD POPULAR EN MEXICO


Las comunidades rurales de ascendencia indígena en México, son herederas de un importante bagaje cultural y religioso de originalidad mesoamericana. En su devenir histórico, a partir de la conquista y colonización, tuvieron que integrar muchos elementos novedosos provenientes de otros contextos culturales y religiosos. En ese proceso, dichas comunidades, lejos de acatar sumisamente los nuevos parámetros impuestos por el grupo hegemónico, activa y creativamente han reformulado y resignificado esos nuevos símbolos, de tal manera que el sincretismo resultante reúne en una nueva vivencia cultural las procedencias, tanto de uno como de otro lado.
Se trata de una forma de entender los fenómenos religiosos sincréticos en México, donde no se aniquila la diversidad inherente al proceso de conformación social de los diferentes rituales. En este sentido es la "Otra historia", la que se origina fuera del centro, lejos del púlpito, en la intimidad de los pueblos, barrios y colonias frente a la dureza de su vida particular y los avatares para abrirse paso en ella. En ese proceso, lo divino se materializa, necesariamente se encarna y se particulariza desde el horizonte cultural local. Esta aproximación implica una cierta apertura a pensar a Dios desde otros horizontes culturales, i.e., re-pensar lo divino desde otras coordenadas culturales.

viernes, 15 de febrero de 2013

PRESENTACIÓN DEL LIBRO: Del Mal Radical a la Banalidad del Mal, UIC 2012.


PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
Del Mal Radical a la Banalidad del Mal,
de: Karla Alejandra Hernández Alvarado,
EAE, Berlín, 2012.
Universidad Intercontinental,
Auditorio San Francisco Xavier,
5 de octubre de 2012, 12:00 hrs.
 
 
La banalidad del mal : una visión de responsabilidad desde la víctima

Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
 
            En primer lugar quisiera agradecer a la Mtra. Karla esta invitación a presentar su Opera Prima, la cual nos congratulamos con ella porque vió la luz en este año, pues no sólo para mí, sino para muchos de los aquí presentes que hemos compartido con ella como compañeros, amigos, alumnos y colegas, es indiscutible reconocer que el afecto, el compañerismo, la solidaridad y la innegable calidad docente y académica con que Karla Hernández nos ha distinguido -y ha distinguido a esta institución desde hace 12 años- lo hemos recibido con gratuidad sincera. Con ese mismo sello de profesionalismo y calidad humana, signa su libro intitulado: “Del Mal Radical a la Banalidad del Mal”, fruto de años de esfuerzo y dedicación, nacido en su proyecto de investigación de posgrado en Filosofía en la UNAM. En sus páginas, pues, se destilan innumerables horas de lectura solitaria, pero también muchas otras de discusiones en el aula, ponencias, conferencias y la rica discusión e intercambio de puntos de vista con colegas, profesores y alumnos, por todo ello que la apertura de este espacio sea: Felicidades y ¡enhorabuena!, que sea el puntero de una larga lista de éxitos y el precursor de un brillante porvenir. Así pues, habiendo expresado lo que el sentimiento me obligó en primera instancia, pasemos a algunas reflexiones que sirvan como marco de presentación a la obra de la Mtra. Karla con mi más sincero afecto y reconocimiento.
Hannah Arendt en una carta a Karl Jaspers escribe, refiriéndose al Holocausto:
No existe un castigo apropiado para estos crímenes [...] esta clase de culpa, en contraste con toda culpa criminal, sobrepasa y destruye todo sistema legal y de justicia [...] y lo mismo que esta culpa no es humana, la inocencia de las víctimas tampoco. Nunca ningún ser humano podrá ser tan inocente como lo fueron las víctimas frente a las cámaras de gas. [...] Esta clase de culpa [...] sobrepasa todo crimen. [1]
            Comulga en este sentido con lo expresado por Primo Lévi en su poema Si esto es un hombre, donde parafrasea los textos sagrados judíos del Shemmá Israel y el salmo Si me olvido de ti Jerusalén, que se me seque la mano derecha, pero en un sentido plenamente ético de responsabilidad por el otro y su memoria, así lo expresan sus propias palabras:
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro
[2].
 
            En este sentido, se trata de expresar la importancia de la memoria de la víctima, como recurso final al mínimo dejo de justicia, de no proseguir la victimización en el olvido, reafirmando con ello, como hicieron los perpetradores victimarios, que nunca perteneció al “número de los hombres”. Se pone en boca de Dios el mandato “recuérdame”, mediatizado en el “recuerda a tu prójimo”, como si el Eterno sentenciara: Si te olvidas de que esto ha sucedido, de que irrumpió en la historia, entonces que te seques como hierba silvestre y jamás tenga que ver mi divinidad con tu humanidad.
            También Emmanuel Levinas, en una entrevista, ante pregunta expresa de Bertrand Révillon: “Como filósofo judío, ¿qué piensa del proceso Barbie?”, respondió:
Para mí se trata del orden de lo horrible. Horror que no podría ser ni olvidado, ni reparado por castigo alguno, eso está claro. ¿Límite de la responsabilidad? Hay en esta certeza un trastorno –no porque sean vanas- de una buena parte de nuestras meditaciones escatológicas, judías y no judías. Pero este proceso, más horrible que cualquier sanción, no debería desarrollarse como lo hace. Hace falta llegar a dicho juicio sin banalizar, mediante el formalismo y los inevitables artificios jurídicos, el horror en sus dimensiones apocalípticas.[3]
 
En todo caso se trata de  regresar a la víctima y su situación, recordemos las palabras de Elie Wiesel en Noche:
 
Nunca olvidaré aquella noche, la primera noche en el campo de concentración, que convirtió mi vida en una larga noche, siete veces maldita y siete veces marcada. Nunca olvidaré aquel humo. Nunca olvidaré las caritas de los niños cuyos cuerpos vi convertirse en espirales de humo bajo un cielo azul y silencioso. Nunca olvidaré aquellas llamas que consumieron mi fe para siempre. Nunca olvidaré aquel silencio nocturno que me privó por toda la eternidad del deseo de vivir. Nunca olvidaré aquellos momentos que asesinaron a mi Dios y a mi alma y convirtieron mis sueños en cenizas. Nunca olvidaría todo eso, aun cuando estuviese condenado a vivir tanto como el mismo Dios. Nunca.[4]
 
Esa situación de la víctima pertenece a un lugar y un tiempo inaccesibles para el espectador, como cuando Lévi trata de explicar su llegada a Auschwitz:
 
Era... ¿cómo decir? Era lunarmente diferente, era de noche; era el final de cinco días de viaje calamitoso, durante el cual varias personas habían muerto en el vagón, era la llegada a un lugar del que no comprendíamos la lengua y todavía menos su razón de ser. Había unos letreros insensatos: una ducha, un lado limpio, un lado sucio y un lado limpio. Nadie nos explicaba nada o bien nos hablaban en yiddish o en polaco, y nosotros no comprendíamos nada. Es una experiencia realmente alienadora. Teníamos la impresión de hallarnos en medio de un ataque de locura, de estar..., de haber perdido la posibilidad misma de razonar. No, ya no razonábamos. […] Yo recorrí estos campos como un ser a la deriva, como una persona desesperada y perdida, en busca de un baricentro, de cualquiera que fuera capaz de acogerme. Era verdaderamente la desolación hecha paisaje.[5]
 
Hannah Arendt, por su parte, apuntaba pertinentemente:
 “el asesino deja un cadáver tras de sí y no pretende que su víctima no haya existido nunca; si borra todos los rastros son los de su propia identidad, y no los del recuerdo del dolor de las personas que amaban a la víctima; destruye una vida, pero no destruye el hecho de la misma existencia […] Los nazis [trataron] a la gente como si nunca hubiera existido.” [6]
 
Concuerda este parecer citado de Arendt, con lo expresado por Primo Lévi cuando en una entrevista se le preguntó: “¿Piensa usted que es posible lograr el aniquilamiento de la humanidad del hombre?”, ante lo cual responde:
 
¡Desde luego que sí! ¡Y de qué manera! Me atrevería incluso a decir que lo característico del Lager nazi -no sabría decir en el caso de los otros porque no los conozco, quizás los campos rusos son distintos- es la reducción a la nada de la personalidad del hombre, tanto interiormente como exteriormente, y no sólo la del prisionero sino también la del guarda del Lager, él también pierde su humanidad; sus rutas divergen, pero el resultado es el mismo.[7]
Así, en este orden de ideas, bien señala la Mtra. Hernández, nuestra autora a quien felizmente hoy presentamos:
Pero los campos no sólo fueron ese lugar para los apátridas para degradarlos y exterminarlos, fueron la manifestación más radical del mal que padecía la Humanidad en esos momentos porque al concebir a los seres humanos como material superfluo, sirvieron “a los fantásticos experimentos de eliminar, bajo condiciones científicamente controladas, a la misma espontaneidad como expresión del comportamiento humano y de transformar a la personalidad humana en una simple cosa […]”.[8]
            En cuanto a la víctima, conviene destacar la historicidad y la experiencia concreta narrada por ella misma. Sin trivialización, sin conceptualización, sin interpretaciones externas de espectadores no tocados en carne viva por esa experiencia concreta, de tal forma que no se usurpe esa experiencia vital devastadora para construir un campo teórico donde se pierde el rostro concreto. Si se pierde el rostro se pierde la verdadera dimensión de este problema tal y como irrumpió en la historia en ese momento concreto dejando pasmada a la sociedad occidental al revelársele esta faceta “inesperada” de sí misma.
            Por su lado, el agresor, sigue otra lógica, y específicamente este tipo de agresor nazi, con sus características peculiares –representado en Eichmann- trae a escena un individuo que llama la atención por su lógica, estructurada y coherente razón instrumental, que no encuentra obstáculo alguno en el rostro ajeno,  para cumplir instrumentalmente con su objetivo. El problema de fondo tratado por Arendt en relación a este punto es la pregunta acerca de si el contexto peculiar, concreto del agresor, le exime de responsabilidad.
            Esta distinción entre las lógicas operantes en la víctima y el agresor, me lleva mentalmente de inmediato a Walter Benjamin, cuando en su narración del Angelus Novus[9], describe ese viento huracanado que acumula sin cesar ruina sobre ruina, pero no ve ruinas, sino una consecución natural, lógica y ordenada de acontecimientos normales. Por su parte, en la misma escena, el ángel –impotente con las alas plegadas por ese viento- ve la desgracia que hay en aquello, pero no puede repararlo.
El meollo del asunto lo constituye la “banalidad del mal”, Eichmann se presenta,  y se representa a sí mismo, como un hombre normal, casi “cándido”, que obedece fielmente al sistema que le da cobijo, convirtiéndose en un burócrata del exterminio o un engranaje más de la maquinaria. Sin embargo, en este sentido, este personaje –desde la perspectiva arendtiana- se constituye en un nuevo tipo de criminal que, inmerso en su entorno hasta el punto de la apatía y el aletargamiento, actúa casi sin conciencia, haciendo el mal sin tener elementos para saber que está mal. Al hablar de la banalidad del mal, Arendt se refiere a la irreflexión de quien llega a cometer crímenes como parte de la obediencia a sus tareas y funciones, lo cual no lo exime de culpa, pero sí exige un nuevo tipo de juicio para un nuevo tipo de criminal.
No es esto una absolución que justifique al criminal, sino el reconocimiento de un horizonte nuevo de las posibilidades humanas de devastación, por eso, una de las reflexiones más angustiantes de Arendt, es precisamente de que si todo esto fue perpetrado por gente “normal” el peligro de su reaparición en la historia permanece latente como posibilidad siempre amenazante. En este sentido, Emmanuel Levinas apunta en Totalidad e Infinito: “La libertad consiste en saber que la libertad está en peligro. Pero saber o ser consciente, es tener tiempo para evitar y prevenir el momento de inhumanidad”[10].
Es en este punto donde quisiera destacar la importancia y valor del texto que nos ofrece Karla Hernández. Si el momento de deshumanización hubiera sido cometido por un monstruo, mecánicamente cazaríamos a ese monstruo, como una pieza que se retira y la maquinaria se afina, pero resulta que no fue un monstruo, ni un acontecimiento irracional, ni la sociedad funciona como una máquina. Fue un hombre cualquiera en una situación social que paulatinamente puso y dispuso muchos elementos que provocaron una inercia a-pensante que llevó a la tragedia. La conciencia individual se adormeció hasta la tara inmovilizante del ciudadano modelo, obediente y puntual, que no frenará su impulso de decencia institucionalizada y sentido del deber, frente a nada, ni siquiera el rostro del vecino angustiado que sucumbe bajo las ruedas de ese tren del progreso, en una impiedad e insensibilidad, que debiera sacudirnos para caer en cuenta que esas condicionantes están presentes en nuestro entorno social contemporáneo, amenazando con estallar cuando las circunstancias lo favorezcan. Luego entonces, nuestra “estabilidad social”, pudiera no ser tan estable, y este orden, sea mucho más frágil de lo que quisiéramos reconocer. La tragedia de la “banalidad del mal”, es recordarnos que esa inhumanidad fue perpetrada por gente tan normal, decente, honorable y cumplida, como cualquiera de nosotros. ¿Qué nos queda? Conciencia y vigilancia, participación activa en el orden social, y no el padecimiento pasivo de un orden social. Es, en todo sentido, un llamado a la responsabilidad histórica de asumir activamente nuestra presencia social.
Traer estos puntos a la discusión es valioso en sí mismo, porque permiten abrir el horizonte de interpretación frente a una realidad desbordante que nos alcanzó sin que nuestra reflexión avanzara a ese ritmo, lo que está en el fondo de la cuestión de la banalidad del mal es la responsabilidad, sus límites y alcances en un contexto instrumental. Me parece que en este sentido, lo expresado por Arendt indica que las condicionantes históricas condicionan, más no determinan mecánicamente el comportamiento de un ser humano. No está justificando al agresor, sino llamando la atención sobre la escalofriantemente difuminada línea que separa al hombre “decente y normal” de la “bestia” (como Eichmann). En este sentido, no es un diluyente de, sino un llamado a la responsabilidad incesante,  que peligra aún en tiempos de paz y “normalidad”. Como bien señala la autora en su introducción:
 
El totalitarismo que denuncia Arendt no es un sistema que quedó en el pasado y ya no hay posibilidad de que se repita pues éste tiene sus raíces en la masificación, la centralización del poder y la pérdida de la esfera pública, características de nuestras sociedades contemporáneas.[11]
 
Se circunscribe así esta discusión en el proceso de reubicación de los acentos en la filosofía contemporánea, -que desde Auschwitz- no pueden permanecer inamovibles, como si nada hubiera ocurrido y la reflexión filosófica pudiera seguir, en la búsqueda de su elevación, perdiendo de su horizonte el rostro concreto e interpelante del Otro cuya presencia convoca a la responsabilidad.
A partir de la crítica a la razón instrumental iniciada por la Escuela de Frankfurt, se hace evidente que esa astucia de la razón de la que hablan Horkheimer y Adorno en la Dialéctica de la Ilustración[12], es lo suficientemente hábil como para presentar racionalmente incluso lo irracional. Frente a la industrialización de la deshumanización, la institucionalización de la injusticia y la negación reiterada de la humanidad del otro hombre, enfoques de este tipo permiten pensar de otro modo[13] nuestra vocación filosófica frente al complejo panorama contemporáneo de intrincados mecanismos de poder político y económico que siguen generando víctimas, las cuales, como diría Ricouer, no claman venganza sino Memoria[14].
Para no terminar con mis propias palabras, sino con las palabras de la propia Karla, retomo una selección de extractos de su apartado conclusivo, para terminar de presentar este libro en las palabras de su autora:
[…] el mal radical que se vivió en el gobierno totalitario escapa a nuestros referentes y por consiguiente no nos es comprensible de forma inmediata. Debido a esto la urgencia de Arendt de repensar y replantear dichos referentes para tratar de entender qué fue lo que pasó. En este sentido coincido con la afirmación de que el siglo pasado sucedió algo inédito y que nos demanda a repensar el mal. Siguiendo a Arendt, coincido en que la tradición filosófica no ha abordado el mal al que ella se refiere debido a que éste ha aludido a causas religiosas y metafísicas. […] El gobierno totalitario que convirtió a los seres humanos en superfluos mediante la destrucción de cualquier vínculo político y privado implicó que se planteara la pregunta sobre aquellos agentes que llevaron a cabo las estrategias políticas totalitarias. […] Cuando Arendt se enfrenta a Eichmann atribuyó la banalidad del mal a la superfluidad de los motivos de aniquilar cualquier dimensión de la condición humana. A Eichmann le vinieron dadas órdenes desde un sistema superfluo y éste obedeció sin ser un monstruo o un demonio y sin tener especiales motivos para enviar a millones de personas a la muerte. Esto es lo que también hace del mal banal poco comprensible al no encontrar motivos imputables a algún sentimiento adverso, a la maldad o a una determinada patología, sino a una evidente ausencia de la facultad de juicio aceptando cualquier criterio por cruel que resulte. […] En Eichmann no se encontró ningún intento de juzgar por sí mismo ni de establecer un distanciamiento mínimo para el discernimiento sobre sus acciones donde se encuentran los otros con los que comparte un mundo. Arendt comprendió que el mal radical propicia ciertas condiciones políticas y sociales como lo son la aniquilación de la persona jurídica y moral para luego destruir la individualidad, pero también vislumbró una nueva cara del mal que presupone todo esto. […] Surge un nuevo criminal, este hombre común y corriente en una sociedad de masas, que puede ser un buen padre de familia y a la vez cometer actos criminales sin convicción alguna, en aras de desempeñar lo mejor posible su trabajo como un buen funcionario, como un buen burócrata.[…] Sin embargo, es precisamente la falta de elementos que la misma Arendt tiene para comprender este mal radical lo que hace que las pocas afirmaciones que brinda sobre éste sean imprecisas y no se aclaren con el paso del tiempo, sino que se tornan más complejas cuando plantea la banalidad del mal.[…] sostengo que lo que hace que la tesis de la banalidad del mal sea tan problemática, no es sólo por lo que no dijo y se interpretó sino que nos cuestiona sobre el significado del mal en nuestro mundo contemporáneo que ya padeció un colapso moral donde el asesinato en masa se convierte en una conducta aceptable y que lo preocupante es que esto no es solo resultado de un régimen nazi, nuestras sociedades contemporáneas continúan repitiendo ciertas acciones que en algún momento propiciaron un régimen totalitario.[…] El totalitarismo que denuncia Arendt no es un sistema que quedó en el pasado y ya no hay posibilidad de que se repita. Debido a las características de nuestras sociedades éste es un fenómeno que tiene sus raíces en la masificación, el aislamiento de los individuos, la centralización del poder y la pérdida de la esfera pública, ese “potencial espacio de aparición entre los hombres que actúan y hablan”. Lo preocupante es que no estamos exentos de vivir en un sistema para el que los hombres sean superfluos donde el poder arbitrario puede ser salvaguardado por una sociedad de masas, en un mundo de reflejos condicionados, de marionetas sin el más ligero rasgo de espontaneidad.[…][15]
 




[1] Hannah Arendt en una carta a Karl Jaspers, en Encyclopedia of the Holocaust, Israel Gutman, ed. (Nueva York: Macmillan, 1990), I, 118.
[2] Primo Lévi, Si esto es un hombre, Muchnick Editores, Barcelona, 2001, p. 12.
[3] Emmanuel Levinas, Los imprevistos de la historia, Sígueme, Salamanca, 2006,  pp. 195.
[4] Elie Wiesel, en: Sheila Cassidy, La Gente del Viernes Santo, Sal Terrae, Santander, 1992, p. 14.
[5] Primo Lévi, en:  Regreso a Auschwitz. Entrevista a Primo Levi, por Marco Belpoliti,  Traducción del italiano de Ana Nuño, Letras Libres nº 48, septiembre 2005.
[6] Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo, traducción de Guillermo Solana, Planeta-Agostini, Barcelona, 1994, p.538.
[7] Primo Lévi, en:  Regreso a Auschwitz. Entrevista a Primo Levi, Op. Cit.
[8] Karla Alejandra Hernández Alvarado, Del Mal Radical a la Banalidad del Mal, Berlín, EAE, 2012, p. 34.
[9] Cfr. Walter Benjamin, Ensayos escogidos, Ediciones Coyoacán, México, 2006, p. 69.
 
[10] Emmanuel Levinas, Totalidad e Infinito, Sígueme, Salamanca, 1999, p. 216.
[11] Karla Alejandra Hernández Alvarado, Op. Cit., p. 3.
[12] Cfr. Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica de la Ilustración: fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid, 2004.
[13] Retomando la expresión de: Emmanuel Levinas, De otro modo que ser o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca, 1995.
[14] Cfr. Paul Ricouer, La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid, 2003.
[15] Karla Alejandra Hernández Alvarado, Op. Cit., pp. 84-89.