PRESENTACIÓN DEL LIBRO:
Del Mal Radical a la Banalidad del Mal,
de: Karla Alejandra Hernández
Alvarado,
EAE, Berlín, 2012.
Universidad Intercontinental,
Auditorio San Francisco Xavier,
5 de octubre de 2012, 12:00 hrs.
La banalidad del
mal : una visión de responsabilidad desde la víctima
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
En primer lugar quisiera agradecer a
la Mtra. Karla esta invitación a presentar su Opera Prima, la cual nos congratulamos con ella porque vió la luz
en este año, pues no sólo para mí, sino para muchos de los aquí presentes que
hemos compartido con ella como compañeros, amigos, alumnos y colegas, es
indiscutible reconocer que el afecto, el compañerismo, la solidaridad y la
innegable calidad docente y académica con que Karla Hernández nos ha
distinguido -y ha distinguido a esta institución desde hace 12 años- lo hemos
recibido con gratuidad sincera. Con ese mismo sello de profesionalismo y
calidad humana, signa su libro intitulado: “Del Mal Radical a la Banalidad del
Mal”, fruto de años de esfuerzo y dedicación, nacido en su proyecto de
investigación de posgrado en Filosofía en la UNAM. En sus páginas, pues, se
destilan innumerables horas de lectura solitaria, pero también muchas otras de
discusiones en el aula, ponencias, conferencias y la rica discusión e
intercambio de puntos de vista con colegas, profesores y alumnos, por todo ello
que la apertura de este espacio sea: Felicidades y ¡enhorabuena!, que sea el
puntero de una larga lista de éxitos y el precursor de un brillante porvenir.
Así pues, habiendo expresado lo que el sentimiento me obligó en primera
instancia, pasemos a algunas reflexiones que sirvan como marco de presentación
a la obra de la Mtra. Karla con mi más sincero afecto y reconocimiento.
Hannah Arendt en una carta a Karl Jaspers escribe,
refiriéndose al Holocausto:
No existe un castigo apropiado para estos crímenes [...] esta clase de
culpa, en contraste con toda culpa criminal, sobrepasa y destruye todo sistema
legal y de justicia [...] y lo mismo que esta culpa no es humana, la inocencia
de las víctimas tampoco. Nunca ningún ser humano podrá ser tan inocente como lo
fueron las víctimas frente a las cámaras de gas. [...] Esta clase de culpa
[...] sobrepasa todo crimen. [1]
Comulga en este sentido con lo expresado por Primo
Lévi en su poema Si esto es un hombre,
donde parafrasea los textos sagrados judíos del Shemmá Israel y el salmo Si
me olvido de ti Jerusalén, que se me seque la mano derecha, pero en un
sentido plenamente ético de responsabilidad por el otro y su memoria, así lo
expresan sus propias palabras:
Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro[2].
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro[2].
En
este sentido, se trata de expresar la importancia de la memoria de la víctima,
como recurso final al mínimo dejo de justicia, de no proseguir la victimización
en el olvido, reafirmando con ello, como hicieron los perpetradores
victimarios, que nunca perteneció al “número de los hombres”. Se pone en boca
de Dios el mandato “recuérdame”, mediatizado en el “recuerda a tu prójimo”,
como si el Eterno sentenciara: Si te olvidas de que esto ha sucedido, de que
irrumpió en la historia, entonces que te seques como hierba silvestre y jamás
tenga que ver mi divinidad con tu humanidad.
También
Emmanuel Levinas, en una entrevista, ante pregunta expresa de Bertrand
Révillon: “Como filósofo judío, ¿qué piensa del proceso Barbie?”, respondió:
Para
mí se trata del orden de lo horrible. Horror que no podría ser ni olvidado, ni
reparado por castigo alguno, eso está claro. ¿Límite de la responsabilidad? Hay
en esta certeza un trastorno –no porque sean vanas- de una buena parte de
nuestras meditaciones escatológicas, judías y no judías. Pero este proceso, más
horrible que cualquier sanción, no debería desarrollarse como lo hace. Hace
falta llegar a dicho juicio sin banalizar, mediante el formalismo y los
inevitables artificios jurídicos, el horror en sus dimensiones apocalípticas.[3]
En
todo caso se trata de regresar a la
víctima y su situación, recordemos las palabras de Elie Wiesel en Noche:
Nunca olvidaré aquella noche, la primera noche en el campo de
concentración, que convirtió mi vida en una larga noche, siete veces maldita y
siete veces marcada. Nunca olvidaré aquel humo. Nunca olvidaré las caritas de
los niños cuyos cuerpos vi convertirse en espirales de humo bajo un cielo azul
y silencioso. Nunca olvidaré aquellas llamas que consumieron mi fe para siempre.
Nunca olvidaré aquel silencio nocturno que me privó por toda la eternidad del
deseo de vivir. Nunca olvidaré aquellos momentos que asesinaron a mi Dios y a
mi alma y convirtieron mis sueños en cenizas. Nunca olvidaría todo eso, aun
cuando estuviese condenado a vivir tanto como el mismo Dios. Nunca.[4]
Esa
situación de la víctima pertenece a un lugar y un tiempo inaccesibles para el
espectador, como cuando Lévi trata de explicar su llegada a Auschwitz:
Era... ¿cómo decir? Era lunarmente diferente, era de
noche; era el final de cinco días de viaje calamitoso, durante el cual varias
personas habían muerto en el vagón, era la llegada a un lugar del que no
comprendíamos la lengua y todavía menos su razón de ser. Había unos letreros
insensatos: una ducha, un lado limpio, un lado sucio y un lado limpio. Nadie
nos explicaba nada o bien nos hablaban en yiddish o en polaco, y nosotros no
comprendíamos nada. Es una experiencia realmente alienadora. Teníamos la
impresión de hallarnos en medio de un ataque de locura, de estar..., de haber
perdido la posibilidad misma de razonar. No, ya no razonábamos. […] Yo recorrí estos campos como
un ser a la deriva, como una persona desesperada y perdida, en busca de un
baricentro, de cualquiera que fuera capaz de acogerme. Era verdaderamente la
desolación hecha paisaje.[5]
Hannah Arendt, por su parte, apuntaba
pertinentemente:
“el asesino deja un cadáver tras de sí y no
pretende que su víctima no haya existido nunca; si borra todos los rastros son
los de su propia identidad, y no los del recuerdo del dolor de las personas que
amaban a la víctima; destruye una vida, pero no destruye el hecho de la misma
existencia […] Los nazis [trataron] a la gente como si nunca hubiera existido.” [6]
Concuerda este parecer citado de Arendt, con lo expresado por
Primo Lévi cuando en una entrevista se le preguntó: “¿Piensa usted que es posible lograr el aniquilamiento de la humanidad
del hombre?”, ante lo cual responde:
¡Desde luego que sí! ¡Y de qué
manera! Me atrevería incluso a decir que lo característico del Lager nazi -no
sabría decir en el caso de los otros porque no los conozco, quizás los campos
rusos son distintos- es la reducción a la nada de la personalidad del hombre,
tanto interiormente como exteriormente, y no sólo la del prisionero sino también
la del guarda del Lager, él también pierde su humanidad; sus rutas divergen,
pero el resultado es el mismo.[7]
Así, en este orden de
ideas, bien señala la Mtra. Hernández, nuestra autora a quien felizmente hoy
presentamos:
Pero los campos
no sólo fueron ese lugar para los apátridas para degradarlos y exterminarlos,
fueron la manifestación más radical del mal que padecía la Humanidad en esos
momentos porque al concebir a los seres humanos como material superfluo,
sirvieron “a los fantásticos experimentos de eliminar, bajo condiciones
científicamente controladas, a la misma espontaneidad como expresión del
comportamiento humano y de transformar a la personalidad humana en una simple
cosa […]”.[8]
En cuanto a la víctima, conviene
destacar la historicidad y la experiencia concreta narrada por ella misma. Sin
trivialización, sin conceptualización, sin interpretaciones externas de
espectadores no tocados en carne viva por esa experiencia concreta, de tal
forma que no se usurpe esa experiencia vital devastadora para construir un
campo teórico donde se pierde el rostro concreto. Si se pierde el rostro se
pierde la verdadera dimensión de este problema tal y como irrumpió en la
historia en ese momento concreto dejando pasmada a la sociedad occidental al
revelársele esta faceta “inesperada” de sí misma.
Por su lado, el agresor, sigue otra
lógica, y específicamente este tipo de agresor nazi, con sus características
peculiares –representado en Eichmann- trae a escena un individuo que llama la
atención por su lógica, estructurada y coherente razón instrumental, que no
encuentra obstáculo alguno en el rostro ajeno,
para cumplir instrumentalmente con su objetivo. El problema de fondo
tratado por Arendt en relación a este punto es la pregunta acerca de si el
contexto peculiar, concreto del agresor, le exime de responsabilidad.
Esta distinción entre las lógicas
operantes en la víctima y el agresor, me lleva mentalmente de inmediato a
Walter Benjamin, cuando en su narración del Angelus
Novus[9],
describe ese viento huracanado que acumula sin cesar ruina sobre ruina, pero no
ve ruinas, sino una consecución natural, lógica y ordenada de acontecimientos
normales. Por su parte, en la misma escena, el ángel –impotente con las alas
plegadas por ese viento- ve la desgracia que hay en aquello, pero no puede
repararlo.
El meollo del asunto lo constituye la “banalidad del
mal”, Eichmann se presenta, y se
representa a sí mismo, como un hombre normal, casi “cándido”, que obedece
fielmente al sistema que le da cobijo, convirtiéndose en un burócrata del
exterminio o un engranaje más de la maquinaria. Sin embargo, en este sentido,
este personaje –desde la perspectiva arendtiana- se constituye en un nuevo tipo
de criminal que, inmerso en su entorno hasta el punto de la apatía y el
aletargamiento, actúa casi sin conciencia, haciendo el mal sin tener elementos
para saber que está mal. Al hablar de la banalidad del mal, Arendt se refiere a
la irreflexión de quien llega a cometer crímenes como parte de la obediencia a
sus tareas y funciones, lo cual no lo exime de culpa, pero sí exige un nuevo
tipo de juicio para un nuevo tipo de criminal.
No es esto una absolución que justifique al
criminal, sino el reconocimiento de un horizonte nuevo de las posibilidades
humanas de devastación, por eso, una de las reflexiones más angustiantes de
Arendt, es precisamente de que si todo esto fue perpetrado por gente “normal”
el peligro de su reaparición en la historia permanece latente como posibilidad
siempre amenazante. En este sentido, Emmanuel Levinas apunta en Totalidad e Infinito: “La libertad consiste en saber que la libertad
está en peligro. Pero saber o ser consciente, es tener tiempo para evitar y
prevenir el momento de inhumanidad”[10].
Es
en este punto donde quisiera destacar la importancia y valor del texto que nos
ofrece Karla Hernández. Si el momento de deshumanización hubiera sido cometido
por un monstruo, mecánicamente cazaríamos a ese monstruo, como una pieza que se
retira y la maquinaria se afina, pero resulta que no fue un monstruo, ni un
acontecimiento irracional, ni la sociedad funciona como una máquina. Fue un
hombre cualquiera en una situación social que paulatinamente puso y dispuso
muchos elementos que provocaron una inercia a-pensante que llevó a la tragedia.
La conciencia individual se adormeció hasta la tara inmovilizante del ciudadano
modelo, obediente y puntual, que no frenará su impulso de decencia
institucionalizada y sentido del deber, frente a nada, ni siquiera el rostro
del vecino angustiado que sucumbe bajo las ruedas de ese tren del progreso, en una impiedad e insensibilidad, que debiera
sacudirnos para caer en cuenta que esas condicionantes están presentes en
nuestro entorno social contemporáneo, amenazando con estallar cuando las
circunstancias lo favorezcan. Luego entonces, nuestra “estabilidad social”,
pudiera no ser tan estable, y este orden, sea mucho más frágil de lo que
quisiéramos reconocer. La tragedia de la “banalidad del mal”, es recordarnos
que esa inhumanidad fue perpetrada por gente tan normal, decente, honorable y
cumplida, como cualquiera de nosotros. ¿Qué nos queda? Conciencia y vigilancia,
participación activa en el orden social, y no el padecimiento pasivo de un
orden social. Es, en todo sentido, un llamado a la responsabilidad histórica de
asumir activamente nuestra presencia social.
Traer
estos puntos a la discusión es valioso en sí mismo, porque permiten abrir el
horizonte de interpretación frente a una realidad desbordante que nos alcanzó
sin que nuestra reflexión avanzara a ese ritmo, lo que está en el fondo de la cuestión
de la banalidad del mal es la responsabilidad, sus límites y alcances en un
contexto instrumental. Me parece que en este sentido, lo expresado por Arendt
indica que las condicionantes históricas condicionan, más no determinan
mecánicamente el comportamiento de un ser humano. No está justificando al
agresor, sino llamando la atención sobre la escalofriantemente difuminada línea
que separa al hombre “decente y normal” de la “bestia” (como Eichmann). En este
sentido, no es un diluyente de, sino un llamado a la responsabilidad
incesante, que peligra aún en tiempos de
paz y “normalidad”. Como bien señala la autora en su introducción:
El totalitarismo que denuncia
Arendt no es un sistema que quedó en el pasado y ya no hay posibilidad de que
se repita pues éste tiene sus raíces en la masificación, la centralización del
poder y la pérdida de la esfera pública, características de nuestras sociedades
contemporáneas.[11]
Se circunscribe así
esta discusión en el proceso de reubicación de los acentos en la filosofía
contemporánea, -que desde Auschwitz- no pueden permanecer inamovibles, como si
nada hubiera ocurrido y la reflexión filosófica pudiera seguir, en la búsqueda
de su elevación, perdiendo de su horizonte el rostro concreto e interpelante
del Otro cuya presencia convoca a la responsabilidad.
A partir de la
crítica a la razón instrumental iniciada por la Escuela de Frankfurt, se hace
evidente que esa astucia de la razón
de la que hablan Horkheimer y Adorno en la Dialéctica
de la Ilustración[12],
es lo suficientemente hábil como para presentar racionalmente incluso lo
irracional. Frente a la industrialización de la deshumanización, la
institucionalización de la injusticia y la negación reiterada de la humanidad
del otro hombre, enfoques de este tipo permiten pensar de otro modo[13]
nuestra vocación filosófica frente al complejo panorama contemporáneo de
intrincados mecanismos de poder político y económico que siguen generando
víctimas, las cuales, como diría Ricouer, no claman venganza sino Memoria[14].
Para no terminar con
mis propias palabras, sino con las palabras de la propia Karla, retomo una
selección de extractos de su apartado conclusivo, para terminar de presentar
este libro en las palabras de su autora:
[…] el mal radical que se
vivió en el gobierno totalitario escapa a nuestros referentes y por
consiguiente no nos es comprensible de forma inmediata. Debido a esto la
urgencia de Arendt de repensar y replantear dichos referentes para tratar de
entender qué fue lo que pasó. En este sentido coincido con la afirmación de que
el siglo pasado sucedió algo inédito y que nos demanda a repensar el mal.
Siguiendo a Arendt, coincido en que la tradición filosófica no ha abordado el
mal al que ella se refiere debido a que éste ha aludido a causas religiosas y
metafísicas. […] El gobierno totalitario que convirtió a los seres humanos en
superfluos mediante la destrucción de cualquier vínculo político y privado
implicó que se planteara la pregunta sobre aquellos agentes que llevaron a cabo
las estrategias políticas totalitarias. […] Cuando Arendt se enfrenta a
Eichmann atribuyó la banalidad del mal a la superfluidad de los motivos de
aniquilar cualquier dimensión de la condición humana. A Eichmann le vinieron
dadas órdenes desde un sistema superfluo y éste obedeció sin ser un monstruo o
un demonio y sin tener especiales motivos para enviar a millones de personas a
la muerte. Esto es lo que también hace del mal banal poco comprensible al no
encontrar motivos imputables a algún sentimiento adverso, a la maldad o a una
determinada patología, sino a una evidente ausencia de la facultad de juicio
aceptando cualquier criterio por cruel que resulte. […] En Eichmann no se
encontró ningún intento de juzgar por sí mismo ni de establecer un
distanciamiento mínimo para el discernimiento sobre sus acciones donde se
encuentran los otros con los que comparte un mundo. Arendt comprendió que el
mal radical propicia ciertas condiciones políticas y sociales como lo son la
aniquilación de la persona jurídica y moral para luego destruir la individualidad,
pero también vislumbró una nueva cara del mal que presupone todo esto. […]
Surge un nuevo criminal, este hombre común y corriente en una sociedad de
masas, que puede ser un buen padre de familia y a la vez cometer actos
criminales sin convicción alguna, en aras de desempeñar lo mejor posible su
trabajo como un buen funcionario, como un buen burócrata.[…] Sin embargo, es
precisamente la falta de elementos que la misma Arendt tiene para comprender
este mal radical lo que hace que las pocas afirmaciones que brinda sobre éste
sean imprecisas y no se aclaren con el paso del tiempo, sino que se tornan más
complejas cuando plantea la banalidad del mal.[…] sostengo que lo que hace que
la tesis de la banalidad del mal sea tan problemática, no es sólo por lo que no
dijo y se interpretó sino que nos cuestiona sobre el significado del mal en
nuestro mundo contemporáneo que ya padeció un colapso moral donde el asesinato
en masa se convierte en una conducta aceptable y que lo preocupante es que esto
no es solo resultado de un régimen nazi, nuestras sociedades contemporáneas
continúan repitiendo ciertas acciones que en algún momento propiciaron un
régimen totalitario.[…] El totalitarismo que denuncia Arendt no es un sistema
que quedó en el pasado y ya no hay posibilidad de que se repita. Debido a las
características de nuestras sociedades éste es un fenómeno que tiene sus raíces
en la masificación, el aislamiento de los individuos, la centralización del
poder y la pérdida de la esfera pública, ese “potencial espacio de aparición
entre los hombres que actúan y hablan”. Lo preocupante es que no estamos
exentos de vivir en un sistema para el que los hombres sean superfluos donde el
poder arbitrario puede ser salvaguardado por una sociedad de masas, en un mundo
de reflejos condicionados, de marionetas sin el más ligero rasgo de
espontaneidad.[…][15]
[1] Hannah
Arendt en una carta a Karl Jaspers, en Encyclopedia of the Holocaust, Israel Gutman, ed. (Nueva York: Macmillan, 1990),
I, 118.
[4] Elie
Wiesel, en: Sheila Cassidy, La Gente del
Viernes Santo, Sal Terrae, Santander, 1992, p. 14.
[5] Primo
Lévi, en: Regreso a Auschwitz. Entrevista a Primo Levi, por Marco
Belpoliti, Traducción del
italiano de Ana Nuño, Letras Libres nº 48, septiembre 2005.
[6] Hannah
Arendt, Los orígenes del totalitarismo,
traducción de Guillermo Solana, Planeta-Agostini, Barcelona, 1994, p.538.
[8] Karla
Alejandra Hernández Alvarado, Del Mal
Radical a la Banalidad del Mal, Berlín, EAE, 2012, p. 34.
[12] Cfr. Theodor Adorno y Max Horkheimer, Dialéctica
de la Ilustración: fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid, 2004.
[13] Retomando la expresión de: Emmanuel Levinas, De otro modo que ser o más allá de la esencia, Sígueme, Salamanca, 1995.