UNIVERSIDAD INTERCONTINENTAL
Lunes 28 de enero de 2013
La intención principal de este libro es llevar al lector a un recorrido visual a través de la artesanía popular mexicana en relación a la muerte, en el contexto de la celebración del día de muertos en noviembre. El breve texto que se presenta, servirá de preámbulo a dicho recorrido visual, pero advierto que el texto medular en sí, serán las propias imágenes en su conjunto. Sirvan pues, las siguientes líneas como un intento de justificar la selección de imágenes presentadas, y también para encausar la reflexión de lo que está detrás de ellas, en un sentido profundo, cruzando el umbral de la superficialidad.
Invito al lector a sumergirse en estas imágenes, con gozo estético y respeto intercultural, pues lejos de ser meras curiosidades o rarezas exóticas, implican también una forma de ver la vida y la muerte, que conlleva una riqueza histórica y cultural inmensa. La vida extendida hasta los confines de la muerte, o una muerte que se niega a erradicar la vida, en todo caso son expresiones plásticas de una muerte llena de vida, y recordando el refrán: El vivo al gozo y el muerto al pozo, se puede percibir una realidad social donde el vivo goza, y el muerto -aunque se vaya al pozo- sigue gozando en el más allá de las delicias del más acá.
La forma de asumir este acontecimiento de la muerte específicamente en México contemporáneo es –sin lugar a dudas- festiva. Basta recorrer alguno de los innumerables tianguis que con ocasión de día de muertos pululan por barrios y colonias, para descubrir que ese espíritu festivo se reviste además de los calificativos: despreocupado, irreverente, retador, desfachatado, colorido, sabroso, íntimo y familiar.
Llaman poderosamente la atención las escenas que con mano maestra plasman los artesanos en figuras de barro, azúcar o papel. Se trata de un reflejo pleno de la vida más allá de la vida, la muerte como proyección de la vida, una muerte no estática sino activa, plagada de variedad y posibilidades de acción, en resumen: una muerte llena de vida. Una concepción cultural de la muerte, que ve a ésta como un cambio de status existencial, pero que al fin y al cabo implica la concepción de una línea de continuidad de la existencia mundana y la del más allá, articuladas de tal manera, que ese más allá nunca deja las referencias a esta vida presente.
En estas figuras puede uno encontrar prácticamente todo lo que se hace como humano representado por esqueletos, o bien, por cuerpos carnados con la cabeza descarnada. Todos los oficios están allí: zapatero, barrendero, bombero, voceador, carnicero, herrero, carpintero, cocinero, etc. Y no solamente los oficios, sino también los vicios: fumadores, borrachos, jugadores de maquinitas, prostitutas, drogos, etc.
Si estas imágenes nos cautivan y nos generan empatía es porque nos vemos reflejados en ellas en las actividades cotidianas y en el continuo vaivén de la vida y sus innumerables actividades. Como objetivación de la conciencia abstracta, estas figuras nos hablan de un ser humano que amortigua el golpe del final y la extinción, con una prolongación de la vida conocida y disfrutada hacia los confines de lo venidero en el ámbito del misterio.
Invito al lector a sumergirse en estas imágenes, con gozo estético y respeto intercultural, pues lejos de ser meras curiosidades o rarezas exóticas, implican también una forma de ver la vida y la muerte, que conlleva una riqueza histórica y cultural inmensa. La vida extendida hasta los confines de la muerte, o una muerte que se niega a erradicar la vida, en todo caso son expresiones plásticas de una muerte llena de vida, y recordando el refrán: El vivo al gozo y el muerto al pozo, se puede percibir una realidad social donde el vivo goza, y el muerto -aunque se vaya al pozo- sigue gozando en el más allá de las delicias del más acá.
La forma de asumir este acontecimiento de la muerte específicamente en México contemporáneo es –sin lugar a dudas- festiva. Basta recorrer alguno de los innumerables tianguis que con ocasión de día de muertos pululan por barrios y colonias, para descubrir que ese espíritu festivo se reviste además de los calificativos: despreocupado, irreverente, retador, desfachatado, colorido, sabroso, íntimo y familiar.
Llaman poderosamente la atención las escenas que con mano maestra plasman los artesanos en figuras de barro, azúcar o papel. Se trata de un reflejo pleno de la vida más allá de la vida, la muerte como proyección de la vida, una muerte no estática sino activa, plagada de variedad y posibilidades de acción, en resumen: una muerte llena de vida. Una concepción cultural de la muerte, que ve a ésta como un cambio de status existencial, pero que al fin y al cabo implica la concepción de una línea de continuidad de la existencia mundana y la del más allá, articuladas de tal manera, que ese más allá nunca deja las referencias a esta vida presente.
En estas figuras puede uno encontrar prácticamente todo lo que se hace como humano representado por esqueletos, o bien, por cuerpos carnados con la cabeza descarnada. Todos los oficios están allí: zapatero, barrendero, bombero, voceador, carnicero, herrero, carpintero, cocinero, etc. Y no solamente los oficios, sino también los vicios: fumadores, borrachos, jugadores de maquinitas, prostitutas, drogos, etc.
Si estas imágenes nos cautivan y nos generan empatía es porque nos vemos reflejados en ellas en las actividades cotidianas y en el continuo vaivén de la vida y sus innumerables actividades. Como objetivación de la conciencia abstracta, estas figuras nos hablan de un ser humano que amortigua el golpe del final y la extinción, con una prolongación de la vida conocida y disfrutada hacia los confines de lo venidero en el ámbito del misterio.